Racconto y Bendelé saben lo que hacen

15.05.2021 15:50

Por Fausto J. Alfonso

 

La clave: tener la muñeca de un Niki Lauda (que en paz descanse, maestro). Eso y nada menos que eso es lo necesario para regular los cambios en las relaciones padres-hijos. De un lado y del otro. Y sobre la falta -o exceso- de muñeca es que habla Los monstruos. Un musical abarrotado de premios en su versión porteña (más excelentes críticas y mucho público), cuya traslación a Mendoza se sustenta tanto en las estupendas actuaciones de Claudia Racconto y Gonzalo Bendelé, como en la afilada dirección de Martín Chamorro. El punto débil es la esencia políticamente correcta que embadurna la obra y su resolución culposa.

Musical de cámara más que apropiado para el circuito comercial, Los monstruos nos espeta todo aquellos que sabemos, que vivimos o de lo cual somos testigos. De un lado: los discursos clisés de los padres frente a autoridades escolares, los reproches ante la pareja (sus rutinas, sus destiempos en el sexo o lo que sea), las hipocresías frente a otros progenitores y los miedos. Del otro: los berrinches, las angustias inconfesas, los genes traicioneros y también los miedos. Cuanto lugar común y frase hecha exista en torno al tándem padres/hijos encuentra en Los monstruos su lugar y su momento. Y el público lo agradece, porque casi nada ha escapado a la vista del autor en esta antología de las relaciones burguesas.

Y sí, ése es el punto a considerar. El espectáculo, parado básicamente sobre dos personajes de la burguesía media, provee lo que esta clase quiere escuchar, aunque siempre dicho por otros, y si es en una ficción, mejor. El relevo de “latiguillos” en el contexto de un pelotero (“ese paraíso en la tierra”), frente a una psicopedagoga (que no tiene hijos y de allí que no entienda nada, claro), o en medio de una negociación con el/la pequeño/a es completísimo. La adecuación de las palabras (si para uno el niño es “un terremoto” para el otro es “enérgico”) y los pases de factura también están a la orden del día.

Ahora, visto en conjunto, no es un espectáculo que apunte a la reflexión, como pareciera en una lectura rápida, sino que más bien tiene aroma aleccionador. Primero en solfa, y después no, señala y sentencia, dejando poco margen para el debate o incluso la reflexión individual. Es como que te canta (metafórica y literalmente) la justa. Y también es un espectáculo con culpa (tema que lógicamente se explora en términos pater/maternales). Esto quizás sea lo más cuestionable. Superados sus tres cuartos de duración, de probada comicidad ácida, la propuesta da un golpe de timón para vomitar su rosario de oscuridades y golpes bajos. Como aclarando: “Che, ojo que la relación padres/hijos no es un joda. ¡Miren esto!”. Y la cosa se pone circunspecta y explicativa, como si el espectador no hubiese entendido todo lo anterior y no supiera deducir que de lo visto nada bueno puede salir. Esa reserva de lo peor para el final podría funcionar si la propuesta no hubiese sido tan complaciente de entrada con lo que se quiere escuchar. Quizás. Esto es una especulación. Debemos asumirla como tal.

Pero claro, Los monstruos también es una puesta formalmente prolija, sin fallas. Las luces se lucen sin intentar ser protagonistas. El sonido funciona a la perfección, lo cual potencia la de por sí buena faena de los músicos y hace que las letras de las canciones ¡lleguen claras a nuestros oídos! La escenografía da un marco apropiado, con chirimbolos y cositas propias del mundo infantil, más algunas cuestiones que adornan las ansiedades de los grandes: el cigarrillo para la madre, la ginebra Bols para el padre. El vestuario es coherente con el perfil de los personajes y las distintas situaciones. Los movimientos de los actores son limpios y coordinados; el ritmo es trabajado; y el montaje general armónico, escapando al planteo inicial simétrico (esto en concordancia con la sucesión de escenas propuesta desde el texto, lógico). Nada falta ni sobra y nuestra vista lo agradece. Además, la puesta en el renovado Teatro Mendoza contribuye al disfrute.

En el peldaño más alto están las actuaciones. Tanto Racconto como Bendelé realizan una labor encomiable. Aunque sabemos de la vasta trayectoria de ambos en el rubro, no está mal decirle al público -que se renueva- que parecen haber nacido para el musical. Ambos se mueven con soltura en un arco muy amplio que va de la caricatura al realismo crudo, y hacen transitar sus actitudes y sentimientos desde la desfachatez al desasosiego. Además de desdoblarse en varios roles, aunque manteniendo con exactitud los personajes principales que vertebran la historia. Los intérpretes se sacan chispas con diálogos veloces, son eficaces en el picoteo como en la reflexión en solitario, el duelo con argumentos o frente a un interlocutor invisible. Y el cuerpo les responde en cada caso.

En consonancia con ambos, se lucen las letras de las canciones, que sin dejar de ser irónicas y observadoras del costumbrismo burgués, poseen su propio vuelo lírico y levantan el espectáculo cuando cada cuadro está a punto de agotar su stock de reproches, quejas y sarcasmos. ¿Por qué a mamá? y El juez ateo son, por ejemplo, dos de los temas en los que Racconto y Bendelé demuestran cuánto de integral debe ser el compromiso en un musical y qué bien, ellos, lo saben llevar.

 

Ficha:

Los monstruos, de Emiliano Dionisi. Música y letras: Martín Rodríguez. Dirección: Martín Chamorro. Con: Claudia Racconto y Gonzalo Bendelé. Músicos: Nico Bendelé (guitarra) y Marcelo Adaro (piano). Coach vocal: Estela Leiva. Producción general: M. Chamorro y G. Bendelé. Producción musical: N. Bendelé. Diseño gráfico y diseño lumínico: M. Chamorro. Fotografía: Dmetra Producciones. Prensa: Argot Prensa. Sala: Teatro Mendoza, San Juan 1427, Mza. Función del 14-05-21.