Será una Navidad triste, sin Pino
Por Fausto J. Alfonso
Fernando Ezequiel Solanas era un cineasta nacional y popular. De los de verdad. Pero, además, un director criteriosamente refinado, aun cuando debía hundir sus botas en el detritus al que lo obligaban sus documentales sociales. Está muy mal que haya muerto, claro. Pésimo. Aunque no es del todo desatinado, pese a lo nac&pop, que haya sido en París, epicentro del glamour y de su film más prestigioso: Tangos, El exilio de Gardel. Un París hacia el cual lo empujó en los ’70 el PRN y desde donde ejerció por un tiempo su contrapoder artístico, practicando desbordes estéticos inusuales para el cine nacional.
El exilio… (1985) es una obra integral, total, y tal vez la única de su época que, refiriéndose a los días más oscuros de la Argentina, ha permanecido incólume al paso del tiempo. Artística y políticamente. Con una vitalidad que agita y un sorprendente catálogo de ideas visuales, sonoras y de montaje. Sin dudas, fue su cénit. Pero ojo que, antes y después, su producción obsequió tantas piezas de colección, plagadas de creatividad y valentía, que ubican al Solanas-cineasta (1963-2018) en un podio por demás privilegiado. Lo instalan en una situación solo equiparable a la de un Favio, un Soffici, un Del Carril y no muchos más.
Como El exilio…, Pino era integral, total, con muchas inquietudes y facetas que adquirían coherencia una vez fijadas en el fílmico, luego digital. Adquirían la coherencia del autor. El anticolonialista de La hora de los hornos, el entrevistador de Perón, el miembro de los Realizadores de Mayo, el singularísimo adaptador de Los hijos de Fierro, el sensible escucha de La mirada de los otros, el de la desbordada imaginería que va de El exilio… a La nube, y el implacable retratista de la miseria, el hambre y la corrupción, que se extiende entre Memorias del saqueo y Viaje a los pueblos fumigados, su último film.
En los ’90 ingresó formalmente al mundo de la política a través de su Proyecto Sur. Iniciativa de algún modo anticipada en la ficción de Sur (1988), la hermosa película con que ganó el premio al Mejor director en Cannes. Cambiar la cámara cinematográfica por las de Diputados (primero) y Senadores (después) no parecía un buen negocio para una personalidad como la suya, efervescente, rebelde. De hecho, no lo fue. E imaginamos que los analistas políticos se encargarán de ahondar en ello.
Lo cierto es que pasó lo que tenía que pasar: la matriz política, esa de la que Alconada Mon habla en La raíz de todos los males, se lo engulló, se lo comió crudo. Hizo que para las generaciones más jóvenes trascendiera como un abuelo sacado, tan vehemente como ingenuo, incomprensible en sus alianzas con personajes de toda calaña y desubicado por su exceso de asesores.
A favor de Pino, jugó que aquel cambio de cámaras no fue absoluto. Siguió filmando mientras ejercía en sus distintas bancas. Y de algún modo, ponía en imágenes lo que evidentemente era imposible revertir con gestos concretos desde la política: la Argentina de la decadencia, la pobreza, la especulación y los negociados inagotables de la clase política, la misma a la que había ingresado.
Por eso es importante ver y rever su veintena de films. Del primero al último. ¿Quién no se puede conmover con la sinceridad sentimental de la Rosi (Susú Pecoraro) en Sur? ¿Quién no se estremece ante cada gesto íntimo y artístico de Juan Dos (Miguel Ángel Solá) en El exilio de Gardel? ¿Quién no se identifica con las convicciones innegociables de El Cardenal (Tato Pavlovsky) en La nube? ¿Quién no hace catarsis viendo a Atilio Veronelli como el Presidente Rana en El viaje? Respuesta para las cuatro: quien no ha visto el cine de Solanas.
Pino, nacido en Buenos Aires un 16 de febrero del ’36, fue -y es- un cineasta con mayúsculas. Multidistinguido por su obra en numerosos países y admirado por sus pares. Un artista que no esquivó el bulto. Que la política lo recibió con balazos (literalmente) y en cuyos fotogramas -de ficción y no- se reflexiona sobre un paquete de problemáticas argentinas, cuyas soluciones los dirigentes patean y patean hacia adelante, como si tuviésemos que malvivir y quemar otras tres o cuatro generaciones más. Por esos aportes, y por mucho más (que libros especializados ya vienen registrando), la que viene será una Navidad triste. Una Navidad sin Pino.
Fotos (de arriba hacia abajo): Tangos, El exilio de Gardel (1985), La hora de los hornos (1968), La guerra del fracking (2013) y junto a su esposa, la actriz Ángela Correa, en un hermoso juego cromático de blanco y negro en color.