Singular distopía chilena-argentina
Por Fausto J. Alfonso
Conticinio tiene mucho de aquello que le puede interesar a un espectador contemporáneo que aspira a encontrarse con temáticas de coyuntura y cierta renovación en la concepción escénica. De entrada, nos sorprende con un personaje que en poco tiempo no tardará en volverse convencional: la IA. Cuya voz intrusiva, en este caso, altera la relación de una pareja que ya viene alterada desde antes. Poco después, nos enteramos de que el dúo se prepara -en una noche especial- para morir, píldoras mediante, dado que quedan pocos días para el fin del mundo e igual morirían indefectiblemente. Una extraña forma de prevención (¿?), que dice algo así como “dado que vamos a morir, evitémoslo muriendo” (léase matándonos).
Estamos frente a una historia obviamente distópica, en la que se intuye un mundo exterior amenazante (no se insiste mucho en esto) y un espacio interior que luce como una pulcra burbuja, de ambientación entre feng shui y minimalista, blanca hasta la médula, propicia para muertes sin sangre. Jimena y Ferrán, también blancos hasta el colmo, se han acogido a un plan de eutanasia ofrecido por el propio Estado. Este punto puede ser interesante para debatir un par de cosas. Por un lado, el carácter de ese Estado: ¿asesino?, ¿paliativo?, ¿protector?, ¿salvador?, ¿o qué? Por otro, el renovado ropaje bajo el que aparece la eutanasia (que tampoco técnicamente es tal), mezcla rara de suicidio asistido y muerte digna. Que, además, adquiere la forma de pacto suicida.
En rigor, el planteo no se ajusta a nada conocido -al menos visible o legalmente- y por eso es una distopía, claro. Pero otras tantas distopías terminaron concretándose, y por eso, al menos desde la polémica intelectual, está bueno no desatender este fruto de la imaginación de Marcelo Simonetti. Que, se cuenta, fue primero un cuento hasta que se transformó en obra teatral.
Según el diccionario, el conticinio es el instante de la noche en que todo está en silencio. Según esta propuesta, parece el momento propicio para la ceremonia final. Ahora, esta acción extrema que planifican los protagonistas es precedida por algo más humano: la posibilidad de repasar el paso por la vida, interrogarse sobre su alcance, sobre el valor de reinventarse, sobre la ausencia/presencia de Dios, el precio de venderse y la necesidad de compartir. También sobre la ma/paternidad (la pareja tiene una hija); los logros personales/profesionales y el impacto de ellos en el otro.
En este sentido, los textos del autor adquieren vuelo y hermosura, también dolor e ironía, que en las actuaciones de Celeste Rodríguez de Mesa y Raúl Ricardo Rojas se vuelven confesiones que el espectador presiente cercanas a sí. La actriz suma a su favor el sensible pasaje donde poetiza sobre la felicidad, micrófono en mano, cercada por la luz, como un espectáculo íntimo para esa persona con la que ha compartido treinta años.
Es importante la tarea de Rodolfo Carmona en el diseño escenotécnico porque consigue una poética visual acorde a las circunstancias, una atmósfera que resuena como un vacío bello donde la fatalidad o el disfrute (como en el momento psicodélico de la noche) pueden alcanzar su esplendor. Aunque la música invade por demás los primeros minutos del espectáculo, luego se ajusta al contexto y aparece oportuna en cada intervención. En tanto, la iluminación tiene sus momentos de protagonismo, sin regodearse. Orquestando todo, Miguel Ángel Acevedo Leiva promueve, a través de escenas breves y bien marcadas, el interés del espectador por este singular espectáculo nacido de la confraternidad chilena-argentina.
Si Conticinio no cuadra del todo es porque aquellas cuestiones coyunturales planteadas en el primer párrafo no terminan de integrarse. El tema de la IA queda a mitad de camino, entre la nota de color u obligada cita de actualidad y el protagonismo con el que pareciera imponerse en el tramo inicial. Mientras que lo otro, la muerte en calidad de lo que sea, sigue su rumbo hacia un final cuya previsibilidad absoluta es salvada por un último y pequeño rulo, de esos que no se cuentan.
Pero el valor plástico de la propuesta y su riesgo en el enfoque temático suponen un buen inicio de la Compañía de Teatro El Otro Puente. Y un llamado de alerta acerca de una tecno-deshumanización que a diario ensaya más y más estrategias que solo nos terminan arrinconando hacia… el fin del mundo.
Ficha:
Conticinio, de Marcelo Simonetti. Compañía de Teatro El Otro Puente. Dirección general: Miguel Ángel Acevedo Leiva. Intérpretes: Celeste Rodríguez de Mesa y Raúl Ricardo Rojas. Diseño y realización escenotécnica: Rodolfo Carmona. Co-producción chilena-argentina. Sala: Vilma Rúpolo (Espacio Cultural Julio Le Parc).