Sobre Aglaja, la verdadera y la ficticia
Por Fausto J. Alfonso
Dios está en todas partes, pero se esconde en un pozo. Un pozo tan profundo, tan lejano de la realidad de los mortales, que le impide escuchar las preguntas de una niña y devolvérselas en respuestas. Ese rostro pleno de interrogantes, empujado hacia una tierra abismal por la hostilidad del contexto es el de Aglaja. Que también es el nombre de la película con que la directora húngara Krisztina Deák homenajea a la actriz y escritora suiza, de origen rumano, Aglaja Veteranyi.
Aglaja, la película (Hungría, 2012), se mueve todo el tiempo en el arco que va del esplendor al patetismo, dos estados que parecieran ser la esencia del mundo circense, donde la desgracia de alguien garantiza el éxito ajeno y donde los trucos, los amores y hasta los amuletos tienen una cruel fecha de vencimiento.
Este vaivén ininterrumpido entre comedia y tragedia es capitalizado por la directora sin abandonar una forma de narración clásica. Sostiene 105 minutos a un ritmo adecuado y garantiza la atención con los materiales propios que le ofrece el circo, más que con los artificios que le pueda proporcionar el cine (más allá del atinado uso de angulaciones extremas, algo de blanco y negro, cortes bruscos y un par de sintagmas seriados).
El título del film se plasma en una cacerola con polenta hirviente. Algo para nada arbitrario, por supuesto. Y es que esa comida, por económica, era muy común en la Rumania comunista de la verdadera Aglaja y fue inspiradora del título de una de sus novelas más conocidas: ¿Por qué se cuece el niño en la polenta? Un texto de profundo contenido autobiográfico que le sirvió a Deák como punto de partida para su guión. La tipografía azul y roja del título, más el amarillo de la polenta, evocan en suma a la bandera rumana.
La película comprende la vida de Aglaja entre su nacimiento y su adolescencia y se centra, desde la acción, en la condición de nómades de ella y su familia, quienes huyen del circo estatal rumano hacia la promisoria Europa Occidental. De uno y otro lado, los problemas serán muy diferentes, pero serán problemas al fin, y nunca menores. Hay que recordar que entre el ’67 y el ’89 Rumania estuvo bajo la pisada autoritaria de Nicolae Ceaucescu, “el jefe”, un ferviente admirador de Sabina, la madre de Aglaja, artista que volaba por las carpas sólo sujeta a sus cabellos.
Pero más allá de la acción (mucha y muy variada), la película plantea una serie de temas a partir de los cuales entendemos cabalmente porqué Aglaja –el personaje- dice: “Yo solo fui alguien hasta el día en que nací”. El microcapitalismo enquistado en el sistema comunista (y en la figura de Milo, el explotador); la rivalidad de egos (padre/madre; madre/hija; padre, madre e hija/otros artistas); el abuso machista, el autoritarismo, la vanidad, la decepción (producto del descubrimiento de unos padres imperfectos); el fraude (de la mano de una poco probable Sophia Loren); la finitud de las relaciones (uno de los más interesantes y poéticos pasajes del film es el relacionado con “la niña mosca”); y el autoritarismo educativo (que hasta se arroga el poder de cambiarle el nombre a los alumnos), son todos aspectos que impactan de lleno en la borrosa identidad y en la personalidad en formación de Aglaja. Y que derivarán, entre otras cosas y ya de adulta (es decir, fuera del tiempo de ficción que plantea el film), en su ateísmo, su formación autodidacta y su tendencia suicida.
Móga Piroska y Jávor Babett se reparten el papel de Aglaja en sus períodos de infancia y adolescencia, respectivamente. Períodos contrastantes, de grandes cambios, pero que encuentran su continuidad en la sensibilidad del personaje (y de las actrices) y en aquellas alitas de ángel guardián que pasan de proteger las hazañas maternas a adornar de inocencia la desnudez de una Aglaja violinista que actúa en un antro de cuarta. Ónodi Eszter es la excelente actriz que la directora convocó para el papel de una Sabina potente, tanto en el glamour como en el desaliño. De su mano recorremos algo así como quince años de sobresaltos: se trata del curioso devenir artístico de una mujer decidida a triunfar.
No menos curioso resulta el recorrido del padre de Aglaja, dentro y fuera del film. Alexandru Veteranyi, mujeriego sin disimulo, fue conocido artísticamente como Tandarica. El actor Zsolt Bogdán es el combo exacto de ternura, picardía y algo de grotesco para este clown que cae “de trasero” como nadie en el mundo. Nacido en Bucarest en 1926, después de desandar Europa y Estados Unidos, Tandarica se instaló en los ’80 en la Argentina y desarrolló el último tramo de su carrera en la tele, el cine y el teatro de revistas de este país. Uno de los programas en los que mejor pudo lucir sus rutinas de porrazos fue el recordado Mesa de Noticias, generando verdaderos desastres en la ya de por sí descontrolada redacción del noticiero que comandaba el gordo Juan Carlos Mesa. Tandarica murió en Buenos Aires en 1995, a los 69 años.
En la vida real, Aglaja Veteranyi se separó de sus padres a los 15 años, en 1977 (había nacido en Bucarest el 17 de mayo de 1962). Hay que presumir que el final del film coincide con este episodio, el del reinicio en solitario de su vida. Se instaló en Suiza y con el tiempo se fue haciendo de un nombre muy respetado en el terreno del espectáculo y de la literatura.
Escribió novelas y ensayos y se dedicó a la actuación, dirección y docencia teatral. Aunque nunca aprendió formalmente, hablaba rumano, español y alemán. Dirigió la Escuela Comunitaria de Teatro de Zurich. Fundó el grupo literario experimental El surtidor de palabras. Creó el grupo teatral La máquina del ángel. Recibió varias distinciones por su labor creativa. Y un 3 de febrero de 2002 se suicidó arrojándose al lago de Zurich. Tenía apenas 39 años pero evidentemente no todas las respuestas que necesitaba.