Sol Augeri en la ruleta de la danza
Por Fausto J. Alfonso
SALTA. Su pelo corto ensortijado, su mirada chispeante y su sonrisa amplia y espontánea subrayan su aspecto general, a todas luces juvenil. Su delgadez y andar ligero la acercan mucho a ese estereotipo tan difundido de la bailarina clásica en su punto medio, en su mejor momento. Y cualquiera diría, a partir de estas mínimas y ligerísimas impresiones, que se trata de una recién llegada al Ballet de la Provincia de Salta. Que se trata de una poco más que adolescente, optimista, con ganas de ir por todo. Sin embargo, su itinerario desmiente esa conclusión apresurada. No se trata de una novata. Para nada.
Egresada como bailarina profesional del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, nacida en C.A.B.A. en 1981 y de padre mendocino, Sol Augeri es la actual subdirectora asistente del Ballet de la Provincia de Salta, secundando a Miguel Elías. Juntos llevan adelante un cuerpo de baile de 44 personas, con el que acaban de estrenar Territorios, una obra en la que las puntas se fusionan con lo contemporáneo, de acuerdo con una idea coreográfica del prestigioso Alejandro Cervera.
Sol llegó hace 15 años al ballet salteño y el tiempo le fue demandando diversas responsabilidades. Incluso algunas impensadas. Pero nada que no pudiese resolver echando mano a su background. Se había forjado en el Ballet del Sur, en Bahía Blanca y tuvo un paso breve, pero potente, por el Ballet de la Universidad Nacional de Cuyo, además de incursionar puntualmente en eventos o formaciones del calibre del Ballet de Santiago de Chile. Tiene una importante experiencia en roles principales y solistas, tanto en obras clásicas como contemporáneas, creadas por coreógrafos de renombre, como Miguel Robles, Rodolfo Lastra, Oscar Aráiz, Gigi Caciuleanu, José Zartmann, Gustavo Mollajoli, Carlos Trunsky, Mauricio Wainrot, Jorge Amarante o el citado Cervera.
La chica que despuntó el vicio performático junto a una agrupación de peculiar nombre -Ajustemulabanda- es Profesora Superior de Danzas (CIAD), Operadora en Psicología Social y acaba de obtener la Diplomatura Superior en Mediación Cultural en la Universidad Nacional de las Artes.
Pero, ¿qué dice Sol? ¿Qué piensa de su hoy, su ayer y de lo que viene?
Uno puede especular, pero… ¿cuál es exactamente la función de una subdirectora asistente?
Asisto en todo al director. En dar clases a la compañía, en la creación de las coreografías que él hace, donde estoy como su mano derecha, anotando correcciones, viendo vestuario… Y también, en esta oportunidad, como el maestro viene más del lado de la danza contemporánea, monto las coreografías de todo lo que hasta ahora hemos estado trabajando de ballet de repertorio. Y mucho más. Siempre hay miles de cosas.
¿Participa un subdirector de la elección del repertorio?
Sugiere. La última palabra siempre la tiene el director. Pero por suerte el maestro Miguel es muy abierto y él se apoya mucho en mí y siempre nos estamos comunicando y en contacto, consultamos todo. Estamos muy unidos, trabajamos como un verdadero equipo. Por supuesto que las decisiones son de él.
Ingresaste a este ballet en el 2007. ¿En qué ha cambiado la compañía desde ese entonces y en qué has cambiado vos?
La compañía pasó por muchas etapas, direcciones y gestiones gubernamentales. Ha habido un recambio muy grande de bailarines. Siempre hacemos una broma: con la cantidad de gente que pasó por el Ballet de la Provincia de Salta se podrían armar como siete compañías. Es como una compañía de paso. Suelen llegar los recién recibidos o los más jovencitos, algunos de los cuales se quedan poquitos años y después van a alguna otra compañía. Cada una de las gestiones directivas tuvo su impronta. En algunas épocas tuvimos mayores contactos con coreógrafos invitados, en otras quizás no había tanto dinero y no se podía. En algún momento tuvimos muchas giras locales por la provincia. Claro que desde la pandemia hace rato que no se hacen, pero la idea es reflotarlas para el año que viene. Antes teníamos también mucho contacto con los niños, con funciones especiales para escuelas, que está entre las cosas muy lindas y fuertes que tiene la compañía. ¿Y yo en qué cambié? Muchísimo, muchísimo. En esta compañía no hay roles o categorías específicas. Sí se dan roles de acuerdo a la obra, pero no hay categorías como en el Colón, donde se audiciona para ser primero, solista… Cuando comencé, solía hacer más roles de solista y cuerpo de baile. Con los años, tuve la fortuna de poder hacer roles de primera bailarina y después, algo que me cambió mucho, mucho, fue el proceso de tomar la decisión de dejar de bailar. Un momento que no fue hace mucho, pero fue largo, doloroso, que me cambió bastante, porque es como un duelo…
¿Cuánto tiempo?
Un año y medio, acompañado de lesiones bastante duras, donde todo se hace cuesta arriba. Estaba ya pensando en retirarme, en dar los últimos pasos, medio sin saber qué iba a hacer, y vino la pandemia. Que fue la puerta perfecta para decidir ya no volver. La pandemia inició en marzo y en febrero ya me habían convocado para la Escuela Oficial de Ballet, lo cual me vino muy bien. En pandemia comenzamos a dar clases, por supuesto en el formato virtual, con el famoso zoom.
¿Ya tenías experiencia como docente?
Yo soy Profesora Superior de Danza. Tenía, pero en estudios particulares, no en una institución oficial. Aquí tuve dos grupos. Uno de adolescentes, entre 16 y 18 años; y otro, hermoso, de los 11 a los 15. Fue súper reparador, afectuoso. Una etapa muy enriquecedora para el alma. Fue cortita, un año. No me lo esperaba. Después, la directora anterior renunció y las cosas medio como que se apresuraron. Lo convocaron a Miguel para la dirección y a mí para la sub. Eso fue sorpresivo, pero lo recibí con mucho agrado por la confianza que me genera el maestro Elías, que fue maestro mío en el Colón. Sabía que iba a estar acompañando a una personalidad de renombre y además al haber sido mi maestro me daba más tranquilidad, por así decirlo. Y es un camino de aprendizaje cotidiano, constante. Sigo aprendiendo desde otro lugar, más la gestión administrativa y muchas otras cosas que pasan en el detrás de escena.
Antes de llegar al Norte, ya tenías un periplo por otras provincias y ballets de Sur y el Centro de la Argentina. Ese recorrido, ¿fue buscado o simplemente se fue dando?
Cuando uno egresa, en mi caso del Colón, si no tiene algo en vista, queda medio boyando. Yo me formé en el estudio de Olga Ferri y Enrique Lommi. Recuerdo que Enrique me trajo como un folleto sobre unas audiciones en Bahía Blanca, en el Ballet del Sur. Lo tomé sin demasiada esperanza. Pero mi mamá hizo todas las gestiones y fui a audicionar. Sorprendentemente quedé y ahí estuve seis años, del ’99 al 2005. Lo que pasó en Bahía es que atravesamos el 2001, con todo lo que fue esa época para el país. El ballet estuvo intervenido durante un año completo, estuvimos un año entero sin bailar, estábamos en las marchas con los maestros… Fue muy duro. A la par de eso, había empezado en la facultad Psicología Social y también me había reencontrado con mi padre, que vive en Mendoza. En algún momento pensé que iba a dejar de bailar. Había muchas presiones de muchos lados, justo me recibí, y las cosas se fueron articulando como para irme a Mendoza. Aunque no sabía mucho qué iba a hacer allí. Sabía que iba a estar cerca de mi padre. Paradójicamente, mis abuelos vivían enfrente de la casa de Jorge Soria, que tenía un estudio y un grupito de baile… y a los dos días ya estaba bailando otra vez. Alguien de allí me dijo que había un ballet, el de la Universidad, y me invitaron a tomar unas clases. Estuve un año tomando clases, en forma gratuita, hasta que se produjo una vacante, se hizo un concurso, audicioné, quedé y estuve dos años más. Estando allá empecé a hacer contactos, me reencontré con Oscar Álvarez, que fue compañero en el Ballet del Sur. Me lo reencuentro como maestro, en un estudio. Él me dijo: ¿qué hacés acá?, vos tenés que seguir adelante. Dio la casualidad que nos enteramos de una audición para conformar el Ballet de Salta. Todavía no estaba armado. Y nos tiramos el lance. Nos tiramos digo porque estábamos en un grupo de cinco o seis personas, que terminamos viniendo en grupete. Audicioné y quedé. Luego, la vida se fue dando… Me fui quedando… Cuando entré tenía 27 años y las audiciones son cada vez para gente más joven. Es decir, ya no tenía muchas posibilidades. ¡Y bueno! Hace 15 años que estoy aquí en Salta.
¿Por qué se te asocia tanto con Mendoza, cuando en realidad fue un tiempo breve, comparado con los otros?
No sé… Será porque estuve en muchas vendimias departamentales, centrales, porque armamos grupos pequeños, como pequeñas compañías, de aficionados, con las que nos juntábamos a bailar. Allá el ambiente es chico, rápidamente te conocés con todos. El Ballet de la Universidad, en la época que estuve, tenía varias presentaciones. Además, las maestras María Cristina Hidalgo y Shirley Jorquera siempre me convocaban para las presentaciones que ellas hacían en el teatro Independencia, me daban algún rolcito… Y también, si no me acuerdo mal, estuve para los 40 años del Canal 9, que hicimos una participación también en el Independencia… Estaba en contacto, iba a concursos… O sea... Más siempre la referencia de que tengo sangre mendocina.
¿No tenés antecedentes familiares en la danza?
En la danza no. En el arte, de parte de mi mamá, artistas plásticos.
¿En algún momento tuviste acá un grupo de música?
Participé de una banda…
Con un nombre extraño…
Ajustemulabanda. Una banda de música y performance, con bailarinas amigas, también integrantes de la compañía. Nos gustaba divertirnos. Nos divertíamos muchísimo. Y nos iba muy bien.
¿Siempre estuviste inquietudes por afuera de tu trabajo oficial?
Siempre me gustó hacer cosas de modo independiente. Gustos que se pueden dar de cosas que no se pueden hacer en el trabajo oficial. Explorar. Nunca imaginé que me iba a subir a un escenario con una banda de música. Por supuesto que yo no cantaba, ni canto ni cantaré nunca, pero sí tenía bastante participación en la parte performática y armaba un poco los guiones de lo que iba a ser el show. Hacía una especie de personaje, bastante divertido. Eso sí me salía muy espontáneamente y me encantaba hacerlo.
¿Cómo te gustaría que fuese de ahora en más tu relación con la danza?
La parte de la enseñanza fue algo que me pegó. Y eso que yo fui una de las primeras en decir nunca voy a dar clases. No me gusta. Me aburro. Y en esta última experiencia, realmente quedé encantada. No quisiera perder el contacto con la docencia. Hasta ahora no extraño bailar. Dando clases a la compañía, en el salón, en contacto con la música y con todo, estoy en mi salsa. Igual cuando se arman los montajes de las obras o cuando toca ensayar. Estoy cómoda, me gusta. También quisiera explorar algunas cuestiones personales. La danza siempre ha sido mi vocación entera y quizás he relegado algunas otras cuestiones… Que no tienen que ver con lo artístico.
Si bien has abordado muchísimos roles, ¿hay alguno que te hubiese interesado y que por equis razones nunca se dio?
Varios. Como obras que no he podido hacer y nunca me tocó. Me hubiese gustado participar en Romeo y Julieta, Mayerling, La viuda alegre, Manon…
Y entre lo que participaste, ¿qué fue lo más desafiante desde lo técnico y desde lo emocional?
Desde lo emocional, Carmen. Una obra que tuve que investigar mucho y darme el permiso de convertirme en Carmen, porque tenía mucho prejuicio. Pero cuando lo hice fue muy gratificante. Y técnicamente… la última que hice, Don Quijote, una obra muy larga y donde me tocaba hacer como seis variaciones, tres pas de deux… Fue como súper dura técnicamente. Ese personaje, el de Kitri, como el de Carmen, o el de Coppelia, fueron muy divertidos para mí. Fue muy gozoso estar en el escenario interpretando esos roles. La verdad que estoy muy satisfecha de haber tenido el honor de poder hacerlos. Porque a algunos les toca, a otro no… ¿Viste como es esto? Una ruleta…
¿Hay algo en especial que te gustaría que pase durante tu gestión?
Lo que más me gustaría es que la gente nunca pierda las ganas de bailar. Cuando las cosas se tornan monótonas, creo que ahí me siento incómoda. Poder incentivar el goce del bailarín. Porque el que es bailarín lo es porque le gusta, si no, no lo sos. Porque podés hacer cualquier otra cosa y no dedicar tu vida a algo que vas a tener que restringirte en un montón de cosas, esforzarte en muchos sentidos… Lo importante ese feedback, cuando vez que el otro la está pasando bien, y está transpirando y está trabajando, y hay una sonrisa… Eso es lo que más me gusta. No te digo que me encantaría ser recordada. Lo que más me gusta es que la gente que trabaje conmigo esté contenta. Ahora… montar obras, sí, tenemos proyectos para el año que viene. Aunque esta es una etapa muy breve, porque es un interinato, quizás hasta mitad del año que viene. Pero estamos planificando. Tener la posibilidad de estar en contacto con coreógrafos me parece súper enriquecedor.
Hay una tendencia creciente de los ballets a no hacer obras completas. ¿Qué opinas?
Eso me apena. La gente que está acostumbrada a ver ballet le gustan las obras completas. Lo que pasa es que, para éstas, necesitás un equipo y una producción íntegra, en vestuario, escenografía, iluminación y tener los bailarines. Para El Lago de los Cisnes, por ejemplo, se necesita muchísima gente. Acá tenemos 44 bailarines y no llegan a ser los suficientes para armar determinadas obras. También, hay una tendencia en la que la gente cada vez quiere todo mucho más rápido. No se banca obras de tres horas. Más la pandemia que redujo no solo los tiempos, sino la cantidad de gente, el aforo, acrecentó la ansiedad, etcétera… Hay muchos factores. Los presupuestos, además, no alcanzan. Esto en todo el país. Cuando tuve la posibilidad de hacer obras completas, vi que se produce un misticismo irreproducible. Todos están trabajando para contar esa historia. Es realmente mágico. Yo extraño eso. Me encantan las compañías grandes, donde se puede vivir la obra desde todos los ámbitos, no solo desde el baile. Yo tuve la oportunidad de trabajar dos meses en el Ballet de Santiago de Chile, en una producción de El Lago de los Cisnes. Fue durante un verano. Fui a tomar clases allá, justo una chica se lastimó y me dijeron: podés entrar… Fue todo como casual. Y fue una experiencia maravillosa, desde el vestuario, la iluminación, la escenografía, la parte técnica, los salones, la cantidad de maestros, bailarines… Todo era monstruoso. Me encantaría revivirlo desde el lugar que me toque y compartirlo.
¿Qué diferencias encontrás entre la generación tuya y la de bailarines actuales?
La vida es muy diferente, los jóvenes son completamente diferentes. Antes todo nos importaba mucho y era bastante melodramático. Ahora las cosas no tienen tanto dramatismo, se puede pasar de una cosa a la otra sin tanto drama… Estudiábamos para dedicar nuestra vida a esto y ahora… quizás me dedico a esto dos años y luego me voy a vivir a la playa y me dedico a otra cosa. ¿Eso está mal? No. Yo no lo puedo juzgar. Es diferente. Yo no lo podría hacer. Uno lo ve desde este lado como compromiso, pero yo no te puedo decir que sea real, porque quizás para ellos el compromiso es otra cosa. Ahora tuvimos un recambio de bailarines bastante importante en la compañía, casi la mitad. Habitualmente, tras un concurso cambiaba poca gente. Ahora llegó gente muy jovencita, de 18, 19 años, con muchísimas ganas de bailar, algo reconfortante. Cuando uno tiene esa edad tiene tantas ganas de bailar que explota por los poros. Cuando van pasando los años y uno ya está en una compañía, se empieza a calmar, a hacer su vida personal, no se pierden del todo las ganas, pero se empieza a aplastar. Está buena esta renovación, no solo para sus compañeros, sino también para nosotros. Una bocanada de aire fresco, de energía, de ganas…