Sorrentino es brillante y sentimentalista

07.02.2022 13:32

Por Fausto J. Alfonso

 

En Fue la mano de Dios, el napolitano Paolo Sorrentino propone un cóctel de extravagancia, dolor y un humor brillante y feroz. Bucea en su historia personal y consigue una primera hora de excelencia, apoyándose en un grotesco muy a lo Ettore Scola. Pero luego se pincha, se desvanece hacia un drama más convencional, no exento de sentimentalismo manipulador y lugares comunes que hacen a la adolescencia en crisis vista por el cine.

Aunque obviamente el film está plagado de las distorsiones y adornos propios de toda ficción (como debe ser, en definitiva), los principales hechos reales en los que se asienta permanecen inalterados y son lo suficientemente potentes para generar interés por sí mismos. Lo concreto es que Sorrentino, teniendo 17 años, se salvó de morir junto a sus padres -a causa de un escape de gas- gracias a que fue a ver a Maradona a la cancha.

La película abre con un espectacular plano secuencia panorámico que confirma el estilo grandilocuente del director y anticipa un tour por lo desmedido, en más de un sentido. Uno de ellos es la desmesura puesta en la pintura de caracteres: la familia que retrata Sorrentino, su familia, es un festival de pintoresquismo y extroversión, que alcanza también a vecinos y allegados. Esta galería de seres, todos tan distintos, pero todos tan apasionados, marca a fuego la primera hora del relato, emparentándolo con las mejores épocas de la Commedia all’italiana, en su versión más grotesca. Puteadas, peleas, insultos y una dosis apabullante de bullyng -todo expresado con verosímil espontaneidad- invade la pantalla. Eso sí, todos juntos y en familia, con una mesa bien regada y comida acorde. Por lo bajo, lógicamente, envidias, rencores, trampas y frustraciones. También la locura.

Estamos en Nápoles. Lo sentimental parece no tener límites y la posible llegada de Maradona lo subraya aún más, a tal punto que Alberto (el veterano Renato Carpentieri) anticipa que se suicidará si el astro no arregla con el club. Pero arregla. El pueblo tiene un buen motivo para festejar y Sorrentino se engolosina con ese motivo y, por instantes, hace de su película un folleto condescendiente para con el pueblo argentino, mostrando a su héroe como el único ser capaz de haber hecho justicia frente al execrable poder imperial inglés. Su admiración por el jugador deriva en opinión de analista de política internacional, totalmente obnubilado, y constituye uno de los puntos más flojos del relato.

Pero la película es lo suficientemente extensa como para que eso no opaque -sobre todo- esa prodigiosa primera hora, donde se lucen Toni Servillo (Saverio, que lee a Oriana Falacci y tiene una peculiar visión del comunismo) y Teresa Saponangelo (María, especialista en bromas pesadas), como los padres compinches, pero lejísimos de cualquier perfección; Flippo Scotti, en la piel de Fabietto Schisa (el alter ego del director); Luisa Ranieri (la tía Patrizia), mucho más allá de su conocida voluptuosidad; Betti Pedrazzi, como la Baronessa Focale (según Saverio, muy parecida al Papa Wojtyla, aunque éste es más sexy); Alessandro Bressanello (Aldo Cavallo), con una limitación física que dispara abundante humor negro; y en breve intervención Enzo de Caro, como el enigmático San Gennaro.

Tratándose de Sorrentino, las referencias y reverencias no se agotan en Maradona. Casi de modo inevitable, Fellini sobrevuela durante todo el film. A veces lo hace explícitamente. Aunque a él no se lo ve, una escena nos muestra un delirante casting al que ha convocado. En otras ocasiones, personajes surgen de improviso y como de un sueño. Parecen analogías de aquellas visiones que tenía el creador de Amarcord. También hay líneas dedicadas a Zeffirelli y a Eduardo de Filippo; y un papel reservado para el director Antonio Capuano (interpretado por Ciro Capano), que se presenta como una influencia con marcados claroscuros en la vida de Sorrentino, aunque en una charla con él, pareciera estar el germen de la película que ahora estamos viendo.

La segunda parte del film se pincha desde lo narrativo y argumental. Cae en un previsible derrotero de un muchacho atravesado por la tragedia. Quien, sin saber para qué lado agarrar, deambula por la noche y el peligro, protagoniza su debut sexual, se liga a personajes poco fiables, redescubre a integrantes de su familia… La búsqueda de una identidad y de un futuro. La consabida búsqueda. Hay algo de sensiblería en este tramo. Al tratarse de su propia historia, el director quizás no haya podido evitarla, pero como espectador se experimenta un interés en declive.

Pero esteta al fin, Sorrentino no deja nunca de lanzarnos encuadres asombrosos y paisajes envidiables, como tampoco de sacarle el jugo a toda arquitectura con la que se cruce. Tratándose de Italia, cualquier pared exuda historia y atractivo y solo queda saber filmarlas. Diversos parajes de Nápoles, Roccaraso, Stromboli, Formia, Capri… desfilan ante nuestros ojos bellamente fotografiados por Daria D’Antonio y llegamos hasta al final presos de la hipnosis geográfica.

“Mirar es lo único que sé hacer”, dice Fabietto/Paolo en un momento. Eso no se lo discutiremos.

 

Ficha:

Fue la mano de Dios (É stata la mano di Dio, Italia, 2021, 130’). Dirección y guion: Paolo Sorrentino. Música: Lele Marchitelli. Fotografía: Daria D’Antonio. Intérpretes: Filippo Scotti, Toni Servillo, Luisa Ranieri, Teresa Saponangelo, Marlon Joubert, Lino Musella, Renato Carpentieri, Enzo Decaro, Betti Pedrazzi, Ciro Capano, Alessandro Bressanello.