Sutileza va, carcajada viene, nos salvamos entre todos

12.09.2022 13:58

Por Fausto J. Alfonso

 

En su nuevo (y noveno) unipersonal, el polifacético José Kemelmajer desmenuza los avatares de cuatro personajes, con hondura, humor reflexivo y comicidad física. El resultado es altamente positivo, en tanto el artista parte de algunas cuestiones autobiográficas para abrirse a la sociedad y analizar a ésta como algo indisociable y moldeador de cada uno de nosotros. Sin embargo, y sin disimulos, aborda y subraya la importancia de las vocaciones, las decisiones personales, el estímulo (o autoestímulo) cotidiano como complemento de esa palabrita tan de moda hoy en día: la resiliencia. O “el salvavidas” que llevamos dentro, como literalmente lo dice la propuesta.

Salvavida (en singular), tal el nombre de la obra, le permite a Kemelmajer distribuir en el espacio su repertorio de habilidades, todo sabiamente dosificado: un poquito de canto, algunos acordes de armónica y guitarra, histrionismo actoral, momentos coreográficos, entrenamiento deportivo, etcétera. Pero lejos del muestrario, cada decisión es parte fundamental y fundamentada del perfil de cada criatura que va presentando: del tanguero Arón, a priori condenado a ser mueblero por tradición familiar, a Lalalo (y su parodia de La Mica), que con su aparatoso andar y decir resuelve sus crisis y nos descostilla de risa. Y del rivadaviense Willy/Axel, marchito ser al que le vino bien un peculiar riego, al bailaor taurino Federico, pura potencia contra el prejuicio. Un judío, un chileno, un menduco y un español. Una selección multicultural que anida en lo profundo de todos. Y José, siempre yendo y viniendo desde y hacia su personaje/persona. El tipo que pone la pausa y da pie para pensar lo que cada tramo nos tira. Que no es poca cosa en cada caso.

El actor, en plena madurez interpretativa y en coincidencia con sus 30 años sobre las tablas, ha craneado el espectáculo desde la afectividad. Eso se palpa desde el vamos y se sostiene hasta el final. Lo más importante es que jamás deriva en una cuestión sentimentaloide. Tampoco en la pintura bobalicona y nostalgiosa (para mal) de ciertos tiempos idos. Aunque esto último es clave, porque con esos tiempos que se fueron también se fueron varios valores fundamentales del ser humano. Algo que nos está costando lágrimas, sudor y sangre recuperar. ¿Cómo contribuir desde un espectáculo a reflexionar sobre eso si no lo es desde el humor?

Así, afectos y humor se toman de la mano en una cruzada difícil: la que incita a repensarnos. Pero sin que nos alienten desde una moraleja barata montada en un escenario. De hecho, Kemelmajer y sus tipos ejercen esas tan necesarias dosis de incorrección política que hoy valen oro. Lo hacen desde su discurso oral (en su forma y contenido), su gestualidad (tics, tocs, etc.) y sus decisiones. Esto humaniza y completa a los personajes. Los alejan de lo ejemplar, del modelo a seguir. Los complejiza. Los trata como individuos y no como simples hombre-masa. Que es de la condición de donde siempre debemos aspirar a salir ni bien vemos que estamos entrando. El problema es que a veces no lo vemos.

La secuencia planteada en Salvavida nos lleva por la música, el amor, el agua y el baile. Cuatro conceptos que motorizan y salvan. Hay un quinto concepto tácito, que a su vez motoriza a aquéllos: el deseo. Este deseo es el que marca el timming de cada personaje y los va transformando. El deseo de hacer, de superarse y de integrarse al otro y a la sociedad, sin sacrificar su esencia ni su vocación. A veces, haciendo aunque sea un poquito de cada cosa todos los días, como le decía su padre a Arón. El deseo pareciera marcar también el pulso del espectáculo en general: cada tramo, cada escena, dura lo deseado, transformando los sesenta minutos totales en la síntesis deseada.

Sobre una base blanca, el actor viste a la vista del espectador cada personaje. Y los dota de accesorios clave, muy identificatorios. Algunos elementos escenográficos, simples y efectivos, pueblan el escenario. Está el que se despliega (literalmente) para sorpresa del público, pero más que nada para multiplicarle (desplegarle) su risa. Así como está, sobre el final, el objeto que nos espeja, materialización de lo que el espectáculo nos ha venido insinuando: estas caricaturas son tan lejanas a nosotros como partes nuestras a la vez. Es inevitable contactar en algún punto con ellas.

El agua y la tierra, allí de donde venimos (según desde donde lo miremos) se suman como elementos naturales concretos y metáforas del ciclo vital. Intervienen lo justo y necesario, completando el sentido argumental. Todo es chiquito y de a poquito en Salvavida. En su medida apropiada, que esconde grandeza. Como las cuotas musicales y la iluminación, sobrias y a tiempo.

En Salvavida, Kemelmajer establece una relación próxima al corazón del público. Con pequeños gestos y comentarios lo integra de una al espectáculo. Sin empalagar ni invadir. Eso también se agradece. Y en definitiva, nos salvamos entre todos sin dejar de ser uno.

 

El sueño de la Casa (Teatro) propia

El estreno de Salvavida no es la única buena noticia. A ella se suma la inauguración de Casa Teatro, el espacio que el mismo José Kemelmajer ideó para cobijar ideas escénicas propias y ajenas. Enclavado en la Sexta Sección, sobre calle Aguado, el lugar rebasa calidez a partir de su ambientación, iluminación y, en noche de espectáculos, musicalización. Cuadros y objetos variopintos se destacan en paredes y bibliotecas, sobre los pianos o las mesitas. Por todos sus poros exuda la personalidad del autor.

Cuando uno llega a ver Salvavida, ingresa en una instancia de placidez, de comodidad y buen gusto. Se siente público bien tratado. La recepción incluye pizzas, vino, helado y masitas, mientras por lo bajo suena un Sting en modo jazz o una Norah Jones. Los asistentes de la producción están atentos a todo, con una discreción que también se agradece. Tras el ágape, ellos nos conducen a la planta alta: una salita para 40 personas, con todo lo necesario para meterse en otro mundo y salir reconfortado con ése y con el propio.

Larga vida a Casa Teatro.

 

FICHA:

Salvavida. Guion, actuación y puesta en escena: José Kemelmajer. Asistencia de dirección: Santiago Silva. Escenografía: Belén Oviedo. Diseño gráfico: Gonzalo Berrondo. Música y sonido: Borbón, Kemelmajer, Silva. Registro audiovisual: Tamara Segovia y Yasmin Zavaroni. Asistencia técnica y de sala: Silva y Oviedo. Asistencia general: Yami Roldán. Producción: Jako Producciones. Sala: Casa Teatro, Aguado 241, Mendoza. Función del 09-09-2022.