Tour teatral II: El cielo es una máquina, En tu reflejo y El pánico
Por Fausto J. Alfonso
Cuando la mentira es la verdad
Representante de un teatro posdramático, el austríaco Ewald Palmetshofer propone en El cielo es una máquina. Hamlet está muerto, sin fuerza de gravedad un tiempo-espacio casual e indefinido en el que los personajes juegan a hacer teatro sin que se note. En lo denotado por el texto, excelente y riguroso, se encuentran las claves de las coincidencias y la teatralidad más pura. En lo connotado, las pistas para una puesta desteatralizada, donde el azar es importante. Como en tantas propuestas contemporáneas, lo cotidiano se vuelve extraño y detrás de la banalidad más banal estalla un conflicto que aquí tiene que ver con las relaciones intergeneracionales, la eternidad y el poder, los discursos que se repiten macabramente y los mandatos sociales. Y como si eso fuese poco, la cosa se dispara también hacia lugares incómodos como el incesto, el suicidio y la homosexualidad como estigma, en un marco falsamente amable. Más que vivir o representar las situaciones, los actores las cuentan -ironizan, critican- o las recrean. En ocasiones, describen objetivamente; también indican entradas y salidas, o buscan “el clima” manipulando las luces. Reforzando este simulacro, el director atinadamente transforma el andamiaje técnico en utilería mayor y los intersticios de las gradas en espacios de discusión. Hablar de “actuaciones” en este contexto es todo un tema, espinoso, por cierto. Sobre todo a la hora de evaluarlas en quince líneas. Pero es necesario destacar a Camila Insúa por su convincente modo de manejar el juego y su capacidad gestual para convencernos ya no de la verdad escénica, sino de esta mentira que ilustra un mundo sin salida, cada vez más hipotecado. Dirección: Juan Comotti. Sala: Enkosala Gladys Ravalle, Alte. Brown 755, Godoy Cruz, Mendoza. Función del 25-08-17.
Recrear sin mimetizarse
Si hay algo que agradecerle a En tu reflejo es la atinada decisión de no caer en el lugar común. Nada de rostros femeninos con cejas tupidas ni bigotes amagando. Nada de reproducciones de cuadros ni de interlocutores archiconocidos. Aquí, Frida Kalho, pues de ella se trata, aparece desdoblada en dos actrices que en su interior llevan todo lo que ya sabemos (el accidente, los abortos, la infancia, la creación, Diego Rivera…). Y, cuando se disponen a sacarlo, Ana Macías y Victoria Favier -en una gran entrega- buscan dibujar con sus cuerpos el imaginario de la gran artista mexicana. Valiéndose del teatro físico y las técnicas circenses -tanto aéreas como de piso- el dúo puebla el espacio de imágenes pregnantes y delicadas. La escenografía y la utilería van en el mismo sentido. Por eso se resignifican todo el tiempo, dándole al espectáculo la posibilidad de crear cuadros propios -sin ninguna intención mimética- que conlleven la esencia de Kahlo. Marcos de distintos formatos, sillas, mesas, faroles y telas se combinan de modo creativo y significativo. En tanto que trapecios, elásticos, telas y vestimentas varias permiten jugar con figuras arriesgadas (es cierto que algunos trucos pecan de exceso de originalidad y por momentos resultan trabados) que nos llevan a asociarlas con las luchas y padecimientos de Frida, con el esfuerzo cotidiano de ella. Los textos de Facundo Pennesi son hermosos. A veces, disparados en dosis muy altas, no se alcanzan a disfrutar del todo, ya que compiten con la belleza de las imágenes que se esculpen en simultáneo frente a nuestros ojos. El aporte coreográfico de Rodrigo Garro completa la calidad del combo, donde importan el rojo, el verde y las guitarras creando atmósfera en complicidad con la luz. Dirección: Facundo Pennesi. Sala: Teatro Independencia, Chile y Espejo, Mendoza. Función del 26-08-17.
No tan opaco como sí cómico
En El pánico, la búsqueda de la llave de una caja de seguridad actúa como un Macguffin hitchcockiano. Si bien hay dinero en juego y el dinero siempre es interesante en una trama, la mentada llave es solo un pretexto para desnudar conductas especuladoras, inseguridades varias y manías o adicciones ocultas. La obra de Spregelburd está poblada de personajes perfectamente delineados y un sistema de relaciones que se consolida cada vez más con el paso de los minutos. En esta versión de Cajamarca (segunda que se puede ver en la provincia) las tintas se cargan en el aspecto más cómico (que no excluye algunos chistes fáciles localistas). Se desatiende el manejo del suspenso, sus oscuridades más profundas, su lado retorcido. El dispositivo escénico, curiosamente (o no), tiene que ver con esto en gran parte. En busca de lo funcional y práctico, se termina transparentando una historia que debe ser opaca a todas luces, valga la paradoja. El valor de lo oculto está depreciado y con todo a la vista el enigma pierde interés. Las actuaciones son acordes con este enfoque. Generan interés en los espectadores desde su extravagancia o desborde. A veces, simplemente desde su “fachada”, como pasa con los personajes masculinos, lejos los más flojos en términos de interpretación. En muy pocos casos, el misterio es parte de la construcción. Un tridente de actrices muy experimentadas pone las cosas en su lugar y permite ver en ellas las viscosas sustancias que se esconden tras sus aparatosos aspectos exteriores. Son ellas Sandra Viggiani (Lourdes, la madre), Alicia Casares (Cecilia, la gerente de banco) y Mirta Rodríguez (Elyse, la coreógrafa). En sus personajes podemos detectar tres maneras interesantes, diferentes y terroríficas de cómo se puede ejercer el poder, ya sea familiar, institucional o profesional. Dirección: Víctor Arrojo. Sala: Cajamarca, España 1767, Mendoza. Función del 02-09-17.