Un Arrabal que aún puede crecer
Por Fausto J. Alfonso
El solo hecho de ponerle el cuerpo a una obra de Fernando Arrabal se constituye en algo trascendente para este medio y en un desafío importante para el actor. El ultra prolífico dramaturgo no ha sido de los más frecuentados en Mendoza, aunque siempre se lo referencia por una u otra cosa. Recordamos versiones de El cementerio de automóviles, El triciclo, Pic-nic y no mucho más. Ahora ha sido el turno de Oración (1957), texto brevísimo de su segunda etapa, que recupera tópicos de la primera y anticipa su entrada definitiva a la tercera, la de aquel Teatro Pánico que impulsó junto a Jodorowsky y Topor. Macarena Cortez y Ernesto Latino Saa se juegan en el marco de una puesta que tiene margen para crecer con el paso de las funciones.
Básicamente, Oración puede entenderse como una variación/condensación de Fando y Lis (1953). Una pareja, una relación no exenta de cierto sadismo, una fatiga existencial y el deseo, el objetivo, de acceder a la plenitud. La búsqueda de la alegría (eterna) y la redención. En Fando y Lis la meta es Tar, el lugar ideal, y el recorrido hacia él, con sus paisajes y personajes, representa toda una enseñanza más allá del inasible final. En Oración, la meta es la bondad, y el recorrido es hacia el propio interior, con una biblia como única guía. En este caso el objetivo se relativiza con un “lo intentaremos”, dejando abierta la posibilidad al éxito. Siguiendo al especialista Francisco Torres Monreal en su estudio preliminar al Teatro Completo de Arrabal (1), la diferencia radicaría en que Fando y Lis pertenece a la etapa de los dramas “sin esperanza” y Oración a los dramas “de la esperanza lejana e incierta”.
Fidio y Lilbe -los renovados Fando y Lis- han tocado fondo con sus inocentes juegos (en Arrabal lo inocente conlleva lo macabro y viceversa) y se preparan para su conversión en buena gente, en ángeles merecedores del cielo. Los une un amor primitivo, pero absoluto, donde el ingrediente infantil, en los hechos y en las palabras, es parte de un juego libre, sin reglas ni amonestaciones. La anarquía, el sincretismo, el caos y lo putrefacto en comunión con lo bonito, todas características del teatro arrabalero, están en Fidio y Lilbe y en aquello que los rodea.
La puesta de Luján Duarte Jurczyszyn, que tomó la posta del trabajo iniciado por el hace poco fallecido José María Bombal (a quien están dedicadas todas las funciones, lógicamente) apuesta desde el inicio al impacto visual, con una Lilbe que se contonea sobre un banco, apelando a movimientos que fluctúan entre la masturbación y la ensoñación, rodeada de desperdicios, trastos de todo tipo y resabios de un momento orgiástico. Hasta que aparece Fidio, devenido carnicero, con su delantal y cuerpo todo ensangrentado y su propuesta de redención que desarrolla entre las furiosas descargas de su cuchillo y las caricias de la palabra divina. De allí en más, el ritmo se sostiene con acciones bien concatenadas y el uso prudente de alguna pausa, silencio o comentario musical. El resultado es la construcción de un mundo íntimo, cerrado para los demás, pero abierto a todas las posibilidades internas. Esto se alcanza.
La escenografía no deja de ser interesante, bien planteada y aprovechada. Sobre una esquina, un mueble antiguo con espejo aporta un toque de estilo (aunque decadente) ante tanta fealdad, y permite que la intimidad femenina encuentre su propio rostro entre los rostros espejados de algunos espectadores. La mesa de carnicero es una buena síntesis para el placer y el displacer. El atinado uso de los ventanales de la sala acompaña la acción y contribuye al ritmo, como los desplazamientos de los actores por el espacio todo, rompiendo el marco ficcional inicial.
Es cierto, también, que uno nunca puede olvidar del todo que está en el Teatro Independencia, aunque sea en su Sala Buffet. Tal vez el piso, quizás las paredes, algo atenta para que no se termine de entender a ése como un lugar sucio y sí se lo vea como algo que se ha ensuciado deliberadamente. Algo que quizás pueda resolverse con otro tipo de propuesta lumínica (en este caso responsabilidad del mismo escenógrafo, quien ha optado por una araña de cuatro luces, quizás parangonándola a los cuatro candelabros que sugiere el original) y desbaratando definitivamente el concepto de platea. Esto ayudaría a que la ceremonia fuese aún más densa.
En su falsa simpleza, la obra es muy compleja para una actriz sin demasiada trayectoria como Macarena Cortez. Sin embargo, la intérprete se muestra convincente en los momentos de inocencia plena y en su contracara, cuando interactúa lasciva, apasionadamente con su compañero en un cuerpo a cuerpo que plasma la simbiótica relación que llevan adelante más allá del bien y del mal. Pero, se queda a mitad de camino en los primeros tramos de la obra o cuando, cada tanto, debe asumirse como seductora, lejos del contacto físico con Fidio. En estos instantes se la advierte demasiado impostada, poco natural. Bueno, si es que algo puede adquirir el calificativo de natural en este contexto. Digamos mejor, poco fluida. Ernesto Latino Saa es vigoroso en su composición, domina a su antojo el espacio y maneja la voz adecuadamente tanto a la hora del desahogo como cuando cuenta la biblia como el cuento que parece ser. Ambos, eso sí, no alcanzan a potenciar del todo el terrible humor negro que emana de varios pasajes.
Oración es una obra que apunta a lo consciente y lo inconsciente. A una amplia gama de sentimientos, muchos de ellos encontrados. Porque así es Arrabal y así es lo Pánico. Y así también lo ha comprendido este elenco, más allá de cualquier ajuste que haya que hacer.
Ficha:
Oración. Autor: Fernando Arrabal. Dirección: José María Bombal / Luján Duarte Jurczyszyn. Intérpretes: Macarena Cortez (Lilbe) y Ernesto Latino Saa (Fidio). Asistente: Melisa Anconetani. Escenografía, arte e iluminación: Orlando Carmona. Música y diseño: Matías Bombal. Producción general: José María Bombal, Luján Duarte Jurczyszyn, Ernesto Latino Saa y Macarena Cortez. Sala: Buffet, Teatro Independencia, Chile 1754, Mendoza. Función del 18-07-17.
(1) Editorial Evergráficas SL, León, España, 1997.