Un país de pocas palabras©

12.06.2021 20:21

Por Fausto J. Alfonso

 

Entre las batallas argentinas por librar se encuentra la de expandir el vocabulario. Cuesta creer que de aquel “idioma riquísimo” -como siempre se cita al castellano- apenas queden rastros. O apenas subsista lo peor. La vulgaridad y el insulto en boca de todos los políticos (cuando no la sarasa). Lo políticamente correcto brotando de los labios de los comunicadores asociados al poder. Un puñado de argumentos que se repiten infinitamente como discurso del periodismo opositor. La jerga inclusiva de los militantes extremos. Y paremos de contar. Modalidades que en su conjunto han terminado por imponer a la sociedad un ramillete de términos y expresiones limitantes, que todos utilizan con o sin sentido, en y fuera de contexto, para bien y para mal, para atacar o para defenderse.

Todos esos grupos/líneas imperantes, en definitiva, trabajan con un stock básico (todos con el mismo, que quede claro) que reubican de acuerdo con las necesidades del momento. ¿Por qué? Porque hay que tener empatía. ¿Para qué? Para no estigmatizar. Y porque es necesario poner en valor la actitud resiliente de algunos y el empoderamiento de otros. Pero no así como así. Sino, de cara a una deconstrucción que nos saque de nuestra zona de confort. De lo contrario, no se visibilizarían los problemas propios de la sociedad y ratificaríamos lo hegemónico, sin detrimento de lo corporativo. Además de que se viralizarían actitudes patriarcales perjudiciales, ya que sería contrafáctico, contribuyendo así a la posverdad.

Si suprimimos del parágrafo 2 (¿o hay que usar párrafo, sí o sí?) las palabras y expresiones en bold (por no decir negritas) notaremos un discurso totalmente vacío de contenido. Pero si las dejamos… también. Y hasta aquí hemos llegado. Hablamos y escribimos vacío. Ni siquiera acerca del vacío, sobre todo porque no tenemos el piné* de Lipovetsky. Dirigentes de todo sector y calaña, empresarios, intelectuales, artistas, la escuela misma, los proletarios del mundo unidos y nosotros todos, hemos caído en la trampa. Nos transformamos en un país de pocas palabras.

Por eso, ¡dale! Sumá aunque sea una palabrita más. Cancelá la mediocridad. ¿Qué tal procrastinación?, que amagó con ponerse de moda y no pudo. ¿Muy difícil?, decís. Y sí. Claramente.

 

*O pinet, o pignet. Como gusten.