Un parque amable, digno de visitar

26.04.2023 20:42

Por Fausto J. Alfonso

 

Hacer una película es -siempre- meterse en problemas. Éstos se multiplican si se trata de una ópera prima. José Kemelmajer no tenía por qué ser la excepción y hacia allá fue con su Parque Central. Pero tuvo el tino de no crearse problemas suplementarios, desplegando con prolijidad el material humano y técnico del que disponía y las ideas claras que los involucrarían. El resultado del debut es auspicioso. Pretensiones a un lado, la película entretiene y conmueve. Y, sobre todo, no hace ostentación de su origen pese a ser indisimulablemente autóctona.

Por un lado, Kemelmajer exprime los paisajes mendocinos (en especial los parques capitalinos) eludiendo la postal turística. Saca partido a su color y su ritmo, pero no se tilda en su preciosismo. Eso de por sí ya es un punto a favor. El otro, de más peso aún, es que no recurre a un cebo actoral foráneo para capitalizar un puñado más de espectadores. El elenco es íntegramente mendocino y demuestra que puede jugar de igual a igual con sus pares de las grandes urbes o con esas mixturas (por usar un término elegante) que falsa -y especulativamente- integran a locales y visitantes. De esto último hay ejemplos de sobra y se están cocinando otras bombitas del mismo tenor que apuntan a bodrio (perdón, no hay que prejuzgar, premisa básica de la crítica).

Parque Central arranca bien. Presenta a los personajes describiéndolos de abajo hacia arriba, ya sea caminando o en el medio de locomoción que les tocó en suerte. Una forma de ver cómo se desplazan por la vida, o cómo están paralizados. Igualmente, en los primeros segundos, muestra al protagonista corriendo, acentuando la expresión de su cara. Que, como decía Favio, es con lo que realmente se corre. Y de esto último, de correr, trata en gran parte el film. Una carrera (vida) que puede ser abordada según distintas recetas, aunque ninguna garantice en un cien por ciento los resultados.

El mismo Kemelmajer asume el personaje central con indisimulable oficio actoral. Si, fuera del cine, es un hombre orquesta, aquí también lo es. Además de co-guionar y co-musicalizar el film, integra en su Doctor Reverte, otras inquietudes de su vida real sin que aparezcan como forzadas. Así, la medicina en general (y algunas observaciones irónicas sobre la odontología) y el deporte (desde múltiples expresiones) perfilan un personaje que bien puede pasar por un gurú de la vida saludable, aunque carente de humor y carisma. Porque se trata de un tipo excesivamente cerebral, de confianza ciega en la ciencia y la tecnología, poco afecto a los afectos, valga la redundancia, autoexigente y estructurado. Un hombre que con su presencia impone más miedo que respeto.

En torno de él giran varios personajes (que se entrecruzan en el parque del título), cada uno con sus mochilas a cuestas. En la línea de la comedia dramática, el director evita por el lado de la comedia, el chiste vulgar. El humor es discreto, con algunos efectivos gags visuales breves. Y por el otro lado, el del drama, le escapa al golpe bajo. Un enfoque humano embadurna todo el metraje, destacando luces y sombras de las distintas criaturas, cada una de las cuales tiene su cuota de razón y sus motivos para creer o descreer de la vida.

El hilo argumental pasa por las investigaciones científicas de Reverte acerca del retardo del envejecimiento, a partir de una droga de su invención (los memoriosos se acordarán de La era del ñandú, aquel falso documental que Carlos Sorín rodó en los ‘80 acerca de la BIO K-2, un remedio que prolongaba por muchísimos años la buena vida). Su nula sociabilidad, lleva al médico a encontronazos varios: con enfermeros y directivos del hogar de ancianos para el que trabaja, con los familiares de los pacientes y, finalmente, consigo mismo.

La película establece una amable discusión dialéctica entre el hombre y la ciencia, sin profundizar demasiado, priorizando el tema de los afectos por sobre aspectos vinculados con el progreso de la salud o un posible -pero discutible- bienestar. Los intereses monetarios de algunos familiares en torno de las investigaciones, la verticalidad del sistema de salud, la falta de flexibilidad en las opiniones de ciertos personajes, son temas conexos al planteo madre: ¿hasta dónde la ciencia puede avanzar sin perjudicar el cariño?

En su cautela bien entendida de debutante, el director no se engolosina con la técnica. Un plano cenital por acá, otro invertido por allá, una voz over oportuna, algún efecto sonoro para evocar el pasado… y no mucho más en un conjunto visual que se deja llevar por la narración clásica sin margen para naufragar. Es cierto, también, que esa cautela le ha impedido subrayar algunas situaciones tensas (la discusión entre el guardaparques y su padre, el recuerdo de la guerra del primero de ellos, la noticia impensada que recibe el protagonista) que sí lo merecían para sacudir al relato de su amabilidad general.

Si bien Parque Central no es una película estrictamente coral, se le parece bastante. Y en ese coro (interpretado por reconocidos actores y actrices mendocinos) hay voces que sobresalen, aunque en rigor nadie desentona. Una de ellas es la de Gustavo Torres, que interpreta al guardaparques del mismo apellido con la solvencia que exige un personaje complejo (sin dudas el más). Pese a su introversión, transmite una variada gama de emociones, que pasan por la frustración, la impotencia, el tormento, lo infantil y la baja autoestima. Otra de aquellas voces es la de Horacio Ramos, quien, como el pintoresco enfermero Raúl, carga con la moraleja (horrenda palabra) del film y además se convierte en un trasunto del Kemelmajer real -reconocido actor y director teatral- al demostrar su vocación por las tablas y evocar al Segismundo de La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Como Torres, el suyo es un personaje facetado. Otros personajes están tratados más desde un estereotipo o una maqueta (los de Aníbal Villa, Ernesto Suárez y Alberto Piantino) y también está el caso del que se revela por capas y muta (como La Lechuza que interpreta con mucha sensibilidad Paula Sinay).

A lo largo del relato se insinúa una historia de amor entre el protagonista y una tal Celeste (a cargo de Cecilia Ranua, la ex cara de Noticiero 9). Se tiran algunos datos (visuales) y el espectador puede especular hasta dónde y cómo eso fue, es o será.

La película, en suma, es eficaz en su simpleza, y se asoma sobre la media del cine nacional actual, que en buena medida peca de oportunista, pretencioso o panfletario. Quizás sea porque su planteo insista sutilmente en que las cosas no son ni negras ni blancas, sino a color, como Parque Central.

 

Ficha:

Parque Central (Argentina, 2022, 82’). Dirección: José Kemelmajer. Co-dirección: Axel Rezinovsky. Guion: J. Kemelmajer, Ariel Benasayag y Diego Niemetz. Asistencia de dirección: Andrés Llugany. Producción ejecutiva: Cecilia Agüero. Fotografía y cámara: Natanael Navas. Música: Gonzalo de Borbón y J. Kemelmajer. Producción musical: G. de Borbón. Dirección de sonido: Gisela Levin. Montaje: Axel Rezinovsky. Dirección de arte: Renata Casnati. Intérpretes principales: J. Kemelmajer, Aníbal Villa, Gustavo Torres, Ernesto Suárez, Paula Sinay, Alberto Piantino, Horacio Ramos, Flavia Reta y Cecilia Ranua.