Un revelador (y prolijo) choque de opuestos

02.11.2025 12:03

Por Fausto J. Alfonso

 

En Salvando las distancias, la metáfora del encierro, ilustrada con un ascensor trabado y dos individuos adentro, adquiere resonancias varias. Y es que pareciera que el ser humano, que germina en una situación de encierro confortable, al salir de allí debiera superar -sí o sí- sucesivas capas que lo agobian y limitan: en lo familiar, lo laboral, lo social… Inicia entonces una peregrinación penando por el vientre perdido, como si tuviese conciencia real de lo bien que estaba allí.

El texto de Fernando Mancuso, que viéramos allá por 2008 con Jorge Leal y Jorge Tixeira, más dirección del propio autor, retorna de modo fresco, amable, y se vuelve entrañable con el paso de los minutos en esta nueva versión que tiene como protagonistas a Chicho Vargas y Diego Ríos, bajo la mirada de Juan José Cáceres. Haber escogido un ámbito doméstico para el montaje, le otorga calidez e intimidad a la puesta, pero también una riesgosa cercanía del público hacia los intérpretes, quienes -aún experimentados- arriesgan su oficio a centímetros de juiciosos ojos atentos que tienen todo servido para detectar errores e imperfecciones.

El resultado es muy satisfactorio pensando en esa proximidad amenazante, y además en el hecho de que la historia en sí juega en una cornisa de doble abismo. Puede derrapar hacia un lado si hace del humor (que lo tiene) un recurso fácil o recurrente; o puede caer hacia el lado opuesto, donde la sensiblería (que acecha latente) espera a sus anchas. Afortunadamente, el director ha logrado evitar precipitarse hacia uno u otro lado y los actores parecieran haberle hecho caso en lo fatal que hubiese sido la experiencia de no haber atendido a aquellos aspectos. Porque ambos personajes, desde los arquetipos que representan, son propicios para los lucimientos personales. Se agradece entonces a la dupla haber evitado el virtuosismo vacuo, ciñéndose a cada escena con la emoción justa y apropiada.

Dicho de otro modo, lo que terminan comprendiendo –director y actores- es que por encima de los personajes hay una relación que debe lucirse todavía más. Y de la cual se debe desprender de modo no aleccionador lo que la obra pretende decir. Que, por otro lado, no proviene solo de lo que expresan oralmente Marcos (un ejecutivo ensimismado y hosco) y Simón (un trapero reflexivo y algo excéntrico), sino que brota de lo absurdo o impensado de ciertas situaciones y de las imágenes que derivan de ellas a partir de las acciones trabadas por la estrechez del espacio. De hecho, la escena/imagen final, exenta de palabras, es como una revelación, casi un acto psicomágico si pensamos en Jodorowsky, donde solo con lo que se ve se terminan anudando los temas e ideas que se barajaron hasta entonces.

La rispidez de la conversación entre caracteres tan contrapuestos, hace que del encierro literal (tan frecuente en los ascensores de edificios públicos) se vayan desprendiendo esos otros encierros que no se ven a primera vista. Ya sea por tan lejanos (traumas que quedaron enquistados desde la niñez, por ejemplo) o por tan cercanos (ocultos tras la ceguera que impone la ambición). Esos encierros van quedando en evidencia por las falsas historias de uno y las auténticas fábulas del otro, emergiendo temas que hacen a la soledad, la oscuridad, la marginalidad, el altruismo y, fundamentalmente, el miedo al vacío y a caer en él (en sus múltiples acepciones, comenzando por un posible desprendimiento del ascensor) y la paternidad (que deriva en varios enfoques).

La austeridad de la puesta, exigida por la propia anécdota, juega cada tanto con el temblequeo del ascensor, una luz que parpadea, y los encontronazos propios de toda convivencia forzada. Sin demasiado artificio, intentando acordar con lo que quiere decir la historia: la recuperación de lo simple, en un camino que va de la claustrofobia a la liberación y de lo gráfico a lo simbólico (como lo prueba la bolsa mágica del ¿místico? trapero, que no por nada se llama Simón).

Sobre el final, la inclusión de la bella Canción de las cosas simples (Isella/Tejada Gómez) peca de obvia. Bien podría dar paso a algo puramente instrumental. La imagen es elocuente y salva todas las distancias.

 

Ficha:

Salvando las distancias, de Fernando Mancuso. Intérpretes: Chicho Vargas y Diego Ríos. Asistencia: Mariela Alejandra Svachca. Construcción escenográfica: Osvaldo Sosa. Foto: Leandro Ríos Rocco. Fundador de Teatro en Casa: Tristán Casnati. Dirección: Juan José Cáceres. Sala: Teatro en Casa, Delgado 272, Mendoza. Función del 18-10-2025.