Una distopía de hoy, ácida y entretenida

05.09.2024 11:32

Por Fausto J. Alfonso

 

Aun cuando en general su estructura narrativa luce un poco descompensada y endeble, Laurel emerge como una propuesta eficaz tanto en sus intenciones críticas como en su objetivo de entretener. Su humor absurdo, buenas actuaciones y peculiar uso del lenguaje oral, proponen una visión ácida del poder y de ciertos clisés del feudo cuyano.

Suerte de culebrón desquiciado, la historia se enmarca en 2057. La decisión del año parece (o es) arbitraria, aunque sugiere la clara intención de señalar la distopía hacia la que vamos. No obstante, lo que presenciamos es lo que sucede hoy en tierras mendocinas y aledañas: la confiscación y explotación del poder por parte de unos pocos, la limitación de los derechos y la restricción de la libertad. No hace falta esperar un futuro.

El autor y director Ariel Rozen, quien falleció muy joven hace pocos meses, ideó esta historia de lucha, que exalta el rol de la mujer, y que estéticamente transita por la farsa, el grotesco, el slapstick y hasta el gore. En ese marco –colorido, para más datos- propone algo por demás sensato aun fuera de la ficción: acabar con la sacrosanta Fiesta de la Vendimia, a partir del accionar de un grupo de féminas revolucionarias, cuya excéntrica líder domina una extraña lengua que sería algo así como un lenguaje inclusivo al cubo.

Pero el argumento en sí va más allá de dar de baja al esperpento vendimial y apunta a vencer al máximo patrón del Valle de Uco y alrededores: don Alfonso Ponce de León. Nombre que nos retrotrae a la época de la antigua colonia y a los abusos de entonces, que aquí se muestran intactos. Los responsables de encararlo serán Laurel, una joven y brava guerrera, capaz de doblegar en segundos a tres hombres, solo con sus golpes y llaves; y Córdoba, un científico excéntrico y paralítico que experimenta con un autómata conectado remotamente a su silla de ruedas. Un dúo que se las trae: él actuando como cerebro y ella como brazo ejecutor.

Ardid mediante, se enfrentarán al poderoso y su singular familia en el contexto de una comida donde las palabras serán las vedettes. En este tramo, es donde el autor ha reforzado los estereotipos familiares, sobre la base de lo patriarcal, por supuesto; y ha logrado los más ricos y fluidos intercambios verbales que navegan entre temas tan dispares como los negocios, la literatura y la magia. Pero también, que versan sobre el vino y la gastronomía. Esto último da pie a que un mayordomo arquetípico –siempre tan sometido como con ganas de rebelarse- desgrane un discurso con cuanto palabrerío inútil sea posible, como se estila desde hace un tiempo a la hora de referir un simple vino o un plato de pollo.

El diseño escenográfico tiene como especial atractivo una extensa y sólida mesa, que condensa la centralidad de la puesta –física y discursivamente- y que deriva en podio, pasarela y otras funciones. El adecuado vestuario de los personajes, sumado a las prótesis y apliques, configuran una vistosa caricatura tanto de los seres condenables como de los que no lo son.

Pero son las actuaciones (como debería ser siempre, por otra parte) las que terminan por redondear a favor del espectáculo. Sería injusto desmerecer a alguien, ya que cada uno comprende el valor de su personaje, hasta dónde debe llegar con su propio delirio personal y cómo conectar con el otro o los otros cuando es necesario. Se nota una afinada red de relaciones.

Ahora, dicho eso, también sería injusto no subrayar que la actuación de Manuel García Migani es estupenda. Gracias a su personaje ingresamos definitivamente al interés por la historia y gracias a él nos reencausamos cuando la narración se deshilacha. Con sus palabras sostiene el interés por la trama y con sus acciones disparatadas al comando de la silla de ruedas genera espectáculo visual.

Sin caer en un histrionismo vacío, García Migani recurre a un paquete de gestos y miradas, sin dejar de participar jamás. Cuando su personaje no está en foco es evidente su “participación pasiva” y su atención al conjunto (incluso a lo que pasa en la platea o entre bambalinas), tal vez algo que decanta naturalmente de su dilatada experiencia como director. Pero algo que decanta muy bien y a tono con lo que viene al caso. Sobre el final de la historia regala un desborde físico hilarante muy a la medida del descontrol a donde todo va a parar.

 

Ficha:

Laurel, escrita y dirigida por Ariel Rozen. Elenco concertado. Intérpretes: Aniela Herrera, Manuel García Migani, Ismael Páez, Elena Schnell, Luis Domínguez, Agustín Daguerre, Mariela Locarno, Eva Nardelli, Karim Pabst y ft. Vera Jereb. Diseño lumínico y técnica: Camila Núñez. Vestuario: Ayelén Bonelli. Escenografía: Atelier Livecof. Espacio: Nave Cultural, Sala 1. Función del 03/09/2024 (en el marco del Festival de Estrenos).