Una gran oda al reciclaje nacional

27.11.2018 11:16

Por Fausto J. Alfonso

 

Salvedad inicial: lo mendocino no tiene obligación de ser bueno, contrariamente a lo que todavía hoy algunos siguen pensando. La farsa de los ausentes, dirigida por Juan Comotti, es mendocina y buena, podría decirse que muy buena, y contraría la opinión de cierto sector de la crítica porteña (a partir de la excelente puesta que realizó su propio autor, Pompeyo Audivert) de que un espectáculo así, solo es posible con la infraestructura y el dinero propios de un teatro como el San Martín. Queda claro que, a veces, imaginación suple billetera.

Si hay algo que la obra pide a gritos -en un país donde se ha acumulado la mugre adquirida gracias a la inoperancia, el autoritarismo y las falsas promesas- es una puesta descajetada. Ésta lo es. Una oda al reciclaje, a la improvisación, al “lo atamo con alambre, lo atamo”. Una sinfonía a los parches de todo tipo. Parches que Claudio Brachetta (lejos, el musicalizador teatral con más experiencia en la provincia) agitará mientras las bestias de un país a la deriva, vestidas con la segunda selección de la Vendimia y el outlet de la basura, transcurren (decir “viven” sería discutible o irónico) su propio reciclaje: el deja vú nacional y popular. La idea de “pero esto ya lo vivimos”, como repiten una y otra vez estos mendigos que supimos conseguir.

El director pone en escena una situación planteada en cuatro momentos, pero con una fluidez tal que los cortes entre una y otra se sienten apenas como fundidos. El espectáculo supera (un poquito) las dos horas, pero es sumamente entretenido y su eslabonamiento es tal que no admite supresiones. En esa bacanal con rastros de Ferreri, Arrabal, Buñuel y hasta el Tinto Brass de Calígula, todo vale, pero todo viene al caso.

El César -en muy buena actuación de Santiago Frazzetta- insiste en que él es quien sostiene la realidad, y recrimina a la comunidad que tiene en sus puños el no ser más que “actores que no han sabido sostener su papel”. Les endilga la culpa, así de simple. ¿Somos nosotros culpables de nuestras desgracias perpetuas? ¿No hemos sabido leer nuestro pasado? ¿Desatendemos al Tiresias de nuestro grupo o éste también es trucho? ¿Nunca largamos el pañal? ¿Los Reyes Magos son un faro? ¿Somos tan ingenuos frente al poder y las instituciones? ¿Estamos (mal) interpretando un papel? Algunas pocas preguntas implícitas en la propuesta.

La farsa… dispara contra todo y todos, desde la impune autoridad del bufón. Porque ésa es la estética elegida y la que director y asistentes logran plasmar, más allá de lo actoral, desde la escenografía (impacta el “alfombrado” con envases de alimentos para mascotas), el vestuario y, fundamentalmente, el maquillaje, que potencia la expresión de cada personaje, subrayando en cada uno de ellos los aspectos del rostro más convenientes. Esta veintena de bufones, oprimidos y desencajados, llevan el estigma de la tragedia greco-romana. Se arrastran sin avanzar en un tiempo sin tiempo. Han perdido su nombre, también su ruta. Como la República: en bancarrota y siempre con la expectativa en un balcón, esperando al bufón mayor. O al contra-bufón, para ser precisos. Que, a su vez, espera un guiño de casa matriz, una venia del fondo.

La despiadada diversión que propone la obra de Audivert se inspira en El desierto entra en la ciudad, pieza póstuma de Roberto Arlt. Como en aquélla, la idea de lo coral está siempre presente. Todos, y a la vez cada uno, alza su voz y aporta. Gritan. Piden pan. Y les dan. Nosotros, el mismo público (o los también actores de esta inconciencia histórica) se los da.  Hay hambruna. Hoy como ayer.

En ese contexto, se alza la voz del poeta Federico (todo el tiempo hay intertexto del que pidan), al que todos desatienden porque, justamente, es como si se tratase de una lucha desigual entre el mismísimo Lorca y El Club 700. Los predicadores se reciclan como si de basura institucional se tratase. Mientras pasa todo esto, el pre-citado Brachetta entra y sale de su covacha, se infiltra en la acción, lleva el pulso sonoro de esta farsa por los ritmos apropiados, cruzando artesanía con tecnología.

Este grupo de freaks sin identidad, cuyos nombres de referencia son apenas etiquetas, se encontró con un homogéneo elenco que los represente. No obstante, hay que destacar, además de Frazzetta, las tareas de Karim Pabst (el poeta), Diana Moyano (su perra Laica Minelli es impagable; un gran trabajo de búsqueda y composición, desde el ángulo que se mire), Andrea Cortez (una desopilante Inés), Juanjo Cinquemani (y su revulsivo cura beodo) y Victoria García Galiano, como el andrógino niño muerto, devenido dormido, devenido santo, devenido mesías, devenido oráculo, devenido canillita, devenido marioneta del poder… Y otra vez el reciclaje.

Comotti orquesta esta galería de despojos humanos con gracia, ritmo y hondura, y ofrece una lectura de la actualidad que confirma nuestra reclusión perpetua al grotesco cotidiano.


Ficha:

La farsa de los ausentes, de Pompeyo Audivert, sobre la base de El desierto entra en la ciudad, de Roberto Arlt. Elenco: El Enko. Intérpretes: Ana Artaza, Evelyn Benavidez, Cristian Bustos, Verónica Calderón, Pierina Carrera Moya, Juan José Cinquemani, Andrea Cortez, Rodrigo Di Mella, Alejandro Ferluci Sifón, Santiago Frazzetta, Victoria García Galiano, Juan Pablo López, Roberto Miranda, Oscar Miremont, Graciela Montiel, Diana Moyano, Karim Pabst y Carlos Santiago Suarez. Vestuario: Camila Cereda. Asistencia en utilería mayor: Alejandro Ferluci Sifon y Cristian Bustos. Musicalización: Claudio Brachetta. Diseño gráfico: Cristian Bustos. Asistencia de vestuario: Ruth Oviedo. Escenografía, iluminación y dirección general: Juan Comotti. Espacio: Enkosala Gladys Ravalle (Alte. Brown 755, Godoy Cruz, Mendoza). Función del 25-11-18.