Una propuesta redonda para un círculo vicioso
Por Fausto J. Alfonso
Roberto J. Payró (1867-1928) fue un experto en observar usos y costumbres, y en recrear situaciones añadiéndoles una alta dosis de ironía pueblerina y crítica social. Además, como a todo buen escritor, imaginación no le faltaba. Aun así, difícilmente se le haya ocurrido pensar que, a más de un siglo, sus cuentos seguirían gozando de una frescura inocultable al mismo tiempo que se presentarían como retratos de una triste actualidad. Como ocurre, yendo al grano, con esta adaptación de Poncho de verano (1908), que Guillermo Troncoso dirige con meticulosidad, conjugando el gran despliegue con la pequeña escala.
El cuento forma parte de la serie Pago chico, donde Payró expandió su sabiduría campera, y con el que la dramaturgista Sonnia De Monte, sabihonda del tema, entró evidentemente en sintonía. Junto a Troncoso han logrado trasladar y transformar las palabras del escritor en un espectáculo ágil y picante, cubierto de un barniz de falsa ingenuidad como parte del juego escénico. Juego que se sitúa allí, donde la justicia no es justa y el comisario no comisa.
Montado al aire libre, en el acogedor patio de una casa donde el aroma a empanadas se funde con el propio del jardín y la brisa permite especular con que algo mágico y al mismo tiempo muy de tierra adentro va a pasar, el espectáculo es un despliegue de técnicas actorales-titiritescas donde lo histriónico (del actor) y lo expresivo (de la máscara) se complementan todo el tiempo. Porque el carisma y el buen decir de los jóvenes intérpretes Moles, Deputat y Segreti, se vuelven indisociables de esos muñecos de gesto congelado en la caricatura, pero al mismo tiempo polisémico por la acción de la palabra y de una buena manipulación. Según Maeterlinck, recordemos, el títere (u otro ser inanimado) es el mejor intermediario para que un poema llegue con su extraordinario poder y no naufrague en el divismo del actor que desespera por hacer propio lo que le pertenece al poeta en sí. En Poncho de verano la intermediación resulta eficaz.
La anécdota es muy sencilla. En Pago chico proliferan los robos. Más que nada los de hacienda. El comisario Barraba nunca da con los cuatreros y el pueblo sospecha que es la misma autoridad la culpable. Exigido por las circunstancias, el mandamás terminará cazando a Segundo, un pobre anciano, quien le servirá de chivo expiatorio y al que aplicará un castigo ejemplificador (que tiene que ver con el título de la historia).
En un espacio a mitad de camino entre el escenario y el retablo, los distintos personajes del pueblo van tejiendo con mucha gracia y suficiente acción, esta historia acerca de la corrupción, la impunidad del poder (y sus cómplices) y la domesticación de las vacas (léase de las masas, o más benévolamente, del pueblo). Valiéndose de distintas técnicas de manipulación, máscaras, encantadores objetos escenográficos, la estupenda música en vivo de Darío Soler y también algo de “canto coreografiado”, Poncho de verano atrapa y no suelta por casi una hora.
La historia que presenciamos respeta la estructura original del cuento, pero la ameniza/actualiza con la incorporación del personaje de una curandera, que aporta misterio y pausas a la intriga principal; el protagonismo de un trío de vacas; o la irónica inauguración de un monumento a Roca en la plaza del pueblo. Detalles primorosos, como la radio (periodista al fin, Payró alerta sobre el peligro de decir la verdad), el perro y algunos más suman a la hora de generar un típico ambiente parroquial, intrínseco a la literatura gauchesca, donde se reflexiona en voz alta mientras se rasca el culo del mate. Nunca se abandona el genuino espíritu campero, los modismos y esas frases sentenciosas que encierran tanto pintoresquismo como verdades, en la línea de “es un peine que ni caspa deja” (para definir el carácter arrasador del comisario).
Las viñetas animadas de Poncho de verano divierten y promueven la reflexión sobre este círculo vicioso que encierra a los argentinos. En ellas se lee con claridad la continuidad del pasado en el presente, y el lado oscuro del adn argentino, que Payró detectó al toque y sin ser bioquímico.
FICHA:
Poncho de verano, de Roberto J. Payró. Dirección: Guillermo Troncoso. Dramaturgia: Sonnia De Monte. Intérpretes: Álvaro Maíz Moles, Antón Deputat y Lucas Segreti. Música en vivo: Darío Soler. Asistente de dirección: Aldana Dutto. Función del 10-11-2024.