Una trama llamada Tamia, llamada Ko
Por Fausto J. Alfonso
Nació en San Rafael. Maduró en Luján de Cuyo. Mendoza la conoció como actriz y bailarina. Y Buenos Aires la adoptó para consagrarla al butoh. Artista al fin, ahora sus inquietudes la han llevado por el camino de la música y a reconvertirse en Ko. Una pequeña palabra, pero con la suficiente potencia como para oficiar de puente entre Occidente y Oriente, entre lo guaraní y lo japonés.
Tamia Azul Rivero, la chica que supo ser pieza del modélico grupo La Rueda de los Deseos -y que, curiosamente o no, llegó al mundo el mismo día que partía Hijikata, el creador de la danza butoh-, hoy habita los sonidos. Arroja sin falso pudor su primer disco - Kamishibai, un viaje tejido en el tiempo-, en el que exorcisa fantasmas y venera la Tierra. La de todos y la suya: Vistalba.
Ko quiso redescubrir su voz a partir de una motivación ancestral y una voluntad de purificación. El resultado se traduce en ocho composiciones que fueron creadas a través de una “dramaturgia evocativa” y que resultan tan diferentes como homogéneas, paradoja que solo se entiende escuchándolas. El sabor a pop y a electrónica comulga con el aroma folklórico y los idiomas acortan sus distancias en una especie de Babel sin confusión.
El trabajo, que ella define como “una plataforma de viajes astrales”, sale en diciembre por el sello Elefante en la Habitación e incluye los siguientes temas: Desentierro Carnaval, Haikus, Vistalba, Pujillay, Para las Plantas, Me Desordeno Amor, Take Me y Aware.
Así, asociadas, Tamia y Ko expanden la trama del espectáculo, de su/s mundo/s espectacular/es. Suman elementos a lo que -ya veremos- resulta ser un tapiz en el que la tradición y la experiencia propia se trenzan, se arraigan y, también, se liberan. Porque Tamia, porque Ko, son un entramado en sí mismas.
- Te conocíamos como actriz y bailarina, pero ahora también sos parte del mundo musical. ¿Cómo ha sido el camino hasta ahí? ¿Por dónde llegaste?
- Y… mira… siempre parto del butoh, pero esta vez quería integrar la danza con la narración oral y cantar. El canto es algo que vengo haciendo en obras propias o en otros proyectos. Al inicio quise contar una, pero el proceso me fue llevando hacia lo más desconocido que hice hasta ahora. Cuando empecé, allá por el 2017, me movía hacerle un homenaje a mi abuela materna, inmigrante boliviana que partió el mismo día que cumplí treinta años. El tema de la memoria, el lugar de origen, mis ancestras y mis raíces eran obsesiones recurrentes. Por eso tenía muy claro que más allá de hacer algo de danza-teatro, estaba en juego otra cosa: re-descubrir mi voz. Estaba dispuesta a perderme y ¡vaya que lo fue! Di muchas vueltas, abrí mucho el proceso, generé muchos materiales. Desde tejer escenografías, títeres de mano, componer coreografías a re-escribir un cuento. Cuando quise acordar tenía tanto material como dudas e incertidumbres. Hasta que un día sucede algo mágico: me llegan las fotografías que habíamos hecho seis meses atrás, en Potrerillos, con Mónica Guerrero y mi hermana Dalmira. Hicimos una serie de fotos que llamé “La Limpieza”, evocando diferentes sentidos del gesto “limpiar”. Aparecían referencias a las cartas del tarot, como La Estrella y La Templanza; a la tarea doméstica relegada a “la mujer”, y al cuerpo-carne a purificar luego del carnaval. Cuando recibí las imágenes inmediatamente pude completar los textos que tenía en mi cuaderno de dirección: “hay que desenterrar / lo que estaba escondido, / dejar salir la luz de la oscuridad”. Y esos textos surgieron ya con una musicalidad incluida. No se cómo explicártelo. Me bajó letra y melodía juntas, ¡tenía mi primera canción!: Desentierro Carnaval. Al día siguiente compuse la segunda: Haikus, luego Vistalba y así llegué al sábado con 10 canciones. Y chau dudas. Me dije “es por acá, voy a contar las historias con canciones y tapices bordados, saldrá algo tipo concierto performático”. Y decidí que con la coreografía que tenía hacía una pieza breve y en el 2018 estrené Kukuklkán
- Kamishibai, un viaje tejido en el tiempo, es tu primer disco. ¿Quiénes han participado del trabajo? ¿Escribís las letras o también componés la música?
- Para la composición musical invité a Leandro Isaguirre, que es de Mendoza pero vive en Buenos Aires y también participaron como invitados Milo Lucero en batería, Raúl Rivero en vientos y Lihue Rivero con algunos accesorios. Javier Medialdea estuvo en la masterización. Cuando encaramos el proyecto con Leandro, iba a cada ensayo con letra, melodía y ritmo; mostraba mis referencias, anotaciones, y le hacía oír lo que me gustaba de cada tema, lo que imaginaba y con ese material él armaba la instrumentación. Luego me mostraba lo creado y sobre eso seguíamos haciendo arreglos, sumando voces, sonidos, efectos etc. Este proceso se repetía y a veces yo tenía muy claro lo que quería y otras veces habían más pruebas hasta llegar al resultado final. Algo muy interesante es que para Desentierro Carnaval le conté la historia de mi abuela, que ella era muy cristiana y por eso quería en la apertura la sensación “el principio de los tiempos”, algo bíblico. Por eso buscaba teclas con la sonoridad a órgano de iglesia. Es decir que fuimos creando a partir del relato, de sensaciones, de una dramaturgia evocativa, si querés. O sea, usé el mismo procedimiento que uso para la danza y el teatro. Este sentido del ritmo que tengo para lo escénico lo apliqué a la música, acentuando frases, creando espacios, texturas, climas que para mí evocaban al paisaje de la historia, y buscaba el clímax en cada canción. Cosas del teatro ¿no? Y respecto de las letras, la mayoría son de mi autoría, salvo Haikus, que indagué en haikus anónimos y milenarios de poetas de Japón. En Me Desordeno Amor, trabajé sobre el poema homónimo de Carrilda Oliver, poeta cubana. Y en Take Me, en un poema de la escritora mendocina Mona Manzitti, traducido al inglés. Así que con total impunidad canto en inglés y japonés.
- El término Kamishibai tiene que ver con el mundo del teatro. ¿Es también homenaje a tu carrera en el teatro?
- ¡Y sí, me encantan las historias! Además, la narración oral fue algo muy presente en mi formación teatral con La Rueda de los Deseos. Por otra parte, Oriente siempre es fuente de inspiración. Porque históricamente, el Kamishibai, es de Japón y significa teatro de papel. Es un dispositivo para contar historias a niños, ilustrando el relato con láminas pintadas. Pero lejos de querer realizar un kamishibai tradicional, me interesaba tomar lo conceptual para contar historias con canciones y en vez de láminas, ilustrar cada tema con tapices artesanales bordados a mano. Apelar al hilo material y conceptualmente me sirvió para tematizar el paso del tiempo como un tejido y entramado de tradiciones, mitos y leyendas en el que conviven diversas memorias, tanto personales, culturales, históricas y míticas.
- ¿Cómo podés definir lo que hacés desde lo estrictamente musical? Me refiero al sonido...
- Mirá… es un tema eso, porque como vengo de escénicas, el disco no fue creado desde un género o lenguaje musical específico. Sin embargo, puedo decirte que se trata de canciones con elementos del pop, la electrónica y algunos tintes folclóricos. Es una mezcolanza. Cada tema tiene su estilo propio y su singularidad.
- ¿Te considerás parte de la música indie? ¿Te interesa o te gusta esa categoría?
- Creo que la recepción va a catalogarme y ubicará al disco en alguna categoría o etiqueta. Pero hay que esperar, porque el disco completo sale en diciembre por el sello discográfico Elefante en la Habitación. Y este sello se autodefine como una plataforma de desarrollo de la “nueva canción contemporánea” desde múltiples escenas, tradiciones, culturas y géneros. Lo indie me gusta, sí, pero no estoy escuchando la verdad. A veces siento que todas las bandas suenan igual. No me molesta que me pongan en la categoría que quieran. Y si quedo en indie, ojalá pueda aportar otra sonoridad.
- ¿Qué música escuchás habitualmente? ¿Hay algo que te haya influido directamente?
- Mirá, alimento mucho a mi ser docente buscando músicas diversas para las clases de danza-teatro. La variedad es grande, música étnica, mantras, música sacra, africana, bandas sonoras, entre muchas otras. Me gusta variar, pero lo que más escucho es electrónica en sus diversas formas; experimental, bailable, clubera, orgánica. Me gustan muchos los ritmos quebrados del drum and bass, el jungle, lo roto y raro del IDM, la música material también, las vibraciones de Philip Niblock. Me encanta escuchar, pero sobre todo ver a Clara Rockmore. Es una pionera del theremin y es muy teatral. Hace poco hice una lista con más de cuarenta artistas que me encantan y me inspiraron mucho sobre todo en mi adolescencia y juventud. La subí a mi web de Practicas del cuerpo. La electrónica tiene grandes artistas, que no se consideran músicxs. Lxs DJ, por ejemplo que hacen música, y algunos productores tienen un sentido de la musicalidad más amplia; hacen música pero no tocan. Juana Molina que arrancó como actriz trabajó con la loopera y encontró en la máquina otra forma de componer. La he escuchado mucho a ella y Björk. Ambas son parte de mi pasado, de mis memorias.
- En el disco hay referencias a la superstición, lo sobrenatural, poesía con toques místicos y, por supuesto, un interés por lo antropológico y lo oriental, como referencias al teatro y a la danza que te han tenido como protagonista. Da la sensación de que has querido condensar todos tus intereses o inquietudes en esta primera experiencia. ¿Es así o se fue dando inconscientemente?
- Es cierto lo que decís. Porque desde el inicio estaba lo intercultural, unir las cosmovisiones andinas, el pensamiento mítico japonés. Como te contaba recién me encantan los mitos, las leyendas es mi bagaje teatral y un background que viene de mi familia. Mi madre investiga los carnavales bolivianos en Mendoza y mi viejo indaga sobre la cultura Huarpe. Sin duda, “lo ancestral” o antropológico me llegó por la sangre. Y puntualmente la canción Para las plantas, está inspirada en un ritual que hice con DMT; unas sales destiladas de raíces de ayahuasca y otras ceremonias con wachuma o más conocida como el “Cactus San Pedro”, que desde la farmacología se las llama drogas psicoactivas, pero también son llamadas “plantas maestras”, por sus propiedades medicinales. Así que eso místico que se siente en definitiva es un viaje iniciático. Kamishibai, es una plataforma de viajes astrales.
- Al Diablo se lo cita en más de un tema. ¿Qué representa ese personaje para vos?
- Varias cosas. En Desentierro Carnaval, me inspire en los carnavales de Jujuy y sus rituales para desenterrar al diablo y darle rienda suelta al festejo. Vivir el no tiempo de la fiesta y liberar los demonios, los excesos, el gozo y los placeres terrenales. Un espacio permitido para sacar a la luz lo que está reprimido y oculto, lo que se juzga como malo o genera culpa. Y creo que socialmente estamos es un momento de mirar lo que está escondido debajo de la alfombra, como los abusos de poder, las violencias de género, y las diferentes formas en que abusamos incluso de nosotrxs mismxs. Eso que socialmente es un tabú, que es sucio, cochino, que mejor no hablar, ahora sale a la luz. En la canción Pujillay, que es otra forma de nombrar al diablo, lo cito pero en el sentido de interprelarnxs y ver justamente que representa para cada unx esas obsesiones, esas negaciones, que te obturan y te atrapan. Pienso que ver eso reprimido, esas oscuridades te ayuda a soltar pesos y andar más livianxs.
- Vistalba se llama el tema con el que comenzaste la difusión de tu faceta musical. ¿Homenajear a tu lugar de origen fue en lo primero que pensaste?
- Primero pensé en algo amigable, buena onda y sencillo. Los demás temas tienen sus rarezas. Y segundo, sí, me encantó que fuera el lugar de origen.
- En el tema hacés casi un relevamiento exhaustivo de ese paisaje lujanino. Se nota tu estrecha relación con la naturaleza. ¿Siempre fue así o tomaste conciencia estando en Buenos Aires?
- Siempre fue así, porque vivir “en el interior” es vivir en el paisaje. Es tener espacio y tiempo para sentir el lugar, ese espacio. Culturalmente hay otra relación con la naturaleza. En cambio, en Buenos Aires vivís en el tiempo… Además, nací en San Rafael y viste que esa gente tiene un orgullo superior por su tieshraa, ¡¡jajjajaja!! Así que llegué a Luján a los once años y desde siempre me encantó el lugar. Tuve la suerte de crecer en una casa hermosa, en Vistalba. Por eso pensé: sólo voy a describir ese lugar y que el paisaje hable por sí solo.
- ¿Es correcto que intentaste recrear una pequeña Vistalba en el patio de tu casa porteña?
- Ahora vivo en un departamento en San Telmo, pero estuve en una casona estilo colonial en Almagro, límite con Boedo: Casa Don Bosco. Era literalmente vivir en otro tiempo, un microclima y mucha vegetación. Tenía una gran galería a cielo abierto, cubierta en primavera por una fronsoda glicina, unas pequeñas elevaciones en el terreno y otra pérgola. Y en el fondo había unos cuartitos tipo rancho que según supe por restauradores eran los gallineros de la casa en el siglo pasado.
- En las fotos promocionales estás vestida de lila y en Vistalba evocás a la perra Lila. ¿Simple coincidencia o ese color remite a algo especial?
- ¡Simple coincidencia! Lila se llama la perrita de la casa natal. Y respecto al vestuario, que lo pensamos con Moni, la fotógrafa, nos parecía necesario mantener una paleta de color porque ya había mucha información en todo el proyecto. Elegimos el lila porque nos gusta, y remite a la transformación, y a lo femenino, es el nuevo rosado de la época.
- Como artista de la música usás otro nombre y además te lanzás a cantar en otros idiomas. ¿Cómo decidiste una y otra cosa?
- Investigando descubrí que Ko, significa infinito en guaraní y japonés. En verdad ko tiene muchos usos en Japón porque es un sufijo. Pero este dato de color que me unía América y Oriente me venía justo para mi propósito de unir los continentes. Buscaba algo corto y fuerte y con “k”, por la sonoridad. Y el tema de los idiomas también fue por lo sonoro. Y me di el permiso para cantarlo así, como suena, sin saber hablar ninguno de los dos idiomas. ¡Muy caradura lo mío!
- Estás preparando un concierto performático. ¿De qué se trata esa experiencia?
- La idea es presentar el disco en formato presencial, y tocarlo en vivo con todos sus condimentos teatrales el próximo año. El proceso llevó su tiempo, arrancamos en el 2018 y para el 2020 venía el estreno y acá estamos. ¡Estuvo 2 años guardadito! Grandes incertidumbres y turbulencias trajo la pandemia… Ahora sí, ya podemos ir calentando motores para el estreno. Y mientras tanto, pueden escucharlo y saborearlo. Espero que lo disfruten porque es un disco tipo “reserva”, como los ¡buenos vinos!
Más sobre Tamia en El Pacto de Fausto: https://el-pacto-de-fausto.webnode.com.ar/news/tamia-rivero-el-butoh-me-dio-otra-vision-de-la-emocion/