Valeria Portillo y sus paisajes
Por Fausto J. Alfonso
Ayer falleció en Buenos Aires la actriz y directora Valeria Portillo, de amplia trayectoria en Mendoza. La recordamos con una entrevista en la que desanda sus paisajes ficticios y reales y revela así su concepción del teatro y la vida.
Valeria no se atormenta frente a los cambios de geografía. Nació y vivió buenaparte de su vida en Buenos Aires, hasta que su familia decidió que era la hora de Tierra del Fuego. Tras varias temporadas allí, su impulso artístico la trajo hasta Mendoza, donde lleva ocho años. Nunca, en ningún sitio, dejó de hacer teatro.
Valeria tampoco se atormenta ante las mudanzas estéticas, que también son geográficas. Por eso, esta actriz de profusa trayectoria, demostró, con solo dos obras como directora, que puede instalar tanto una ficción en medio de la montaña como en el río Paraná. Que puede plantear universos ambiguos y silenciosos, donde personajes extrañados parecen ocultar siempre algo. O, jugar en espacios abiertos, donde las más sentidas confesiones quedan a la intemperie.
Valeria es Valeria Portillo. Quien apuesta a la introspección y el encierro en Algo de ruido hace, y a la extroversión y la inmensidad en Paraná Porá. Es la misma persona que con esta última obra ganó el premio a la mejor dirección en el XVIII Festival de Estrenos (Municipalidad de Mendoza), donde Paraná Porá también se impuso como mejor obra y obtuvo galardones por el mejor diseño lumínico y sonoro (compartido por Carlos Croci y ella) y por la mejor actuación protagónica femenina (compartida por Vanina Corazza y Laura Masuti). Tal vez por esas mismas virtudes, Paraná porá quedó seleccionada por el INT para el circuito de giras en Cuyo.
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¿Qué te decidió a pasar de actriz a directora?
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Desde antes de ser actriz observaba siempre las obras de teatro. Mi abuela era fanática del teatro. Salía y siempre iba al teatro. Por ahí heredé esa ansiedad por ver. Siendo alumna de teatro buscaba con curiosidad qué era lo que veía el director para plasmar eso que estaba en un texto, para hacerlo vivo con las personas.
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Qué imágenes se le aparecían leyéndolo…
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Claro. Qué veía él que los demás seres ordinarios no podíamos ver y que además él podía plasmar, dar vida. Cuando iba a ver una obra ya la veía desde ese lugar. Como actriz uno es como la arcilla que se deja moldear por el director. Entonces yo pensaba qué está viendo el director que me hace hacer esto. Por ahí no me daba cuenta, o lo veían mis compañeros. Siempre fue un lugar de mucha curiosidad para mí. Con el tiempo, uno se forma, estudia, se capacita… De repente me di cuenta que empezaba a ser como la pulga en el perro. He tenido la suerte de tener directores muy abiertos, de escuchar mucho, que me han dado el lugar de explorar, de preguntar… hasta que llegó un momento en que me di cuenta que ya estaba saltando demasiado la soga para el otro lado, por intervenciones o cuestionamientos, y me empecé a preparar específicamente para dirigir. Surgió la necesidad. Así como la actuación era un hecho de respirarla, la dirección también. Dije bueno, ya está.
Valeria escribe. “Aún no he sacado textos a la luz”, aclara. Aunque subraya con orgullo cuando fue convocada en 2012 para el Ciclo Cortodramas (“un verdadero semillero para el teatro y la dramaturgia mendocina”), bajo la curaduría de Erica Tanquilevich. Siguiendo la consigna de escribir y montar un espectáculo breve en veinte días, Portillo se despachó con El plan. Una obra de diez minutos que significó “el puntapié para lanzarme a dirigir”. Así, se sucederían Algo de ruido hace, de Romina Paula, donde dos hermanos sumidos en el ostracismo ven interrumpida su monotonía por una prima extrovertida que remueve viejos (y nuevos) asuntos; y luego Paraná porá, de Maruja Bustamante, donde dos mujeres que han compartido el mismo hombre, van Paraná abajo hacia una búsqueda múltiple e incierta.
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¿Qué debe tener un texto ajeno para que decidas llevarlo a escena?
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Leo muchos textos. En algunos se prende una luz que, en un plano más metafísico, me toca y me dice “es ésta”. Me pasa que cuando leo, veo a los actores. Me pasó con estas dos obras que dirigí y con la que escribí. Es verlos. Por suerte esos a los que vi y convoqué me han dicho que sí. Tampoco las cosas llegan por casualidad. Igual que los personajes que he tenido que interpretar no me han llegado por casualidad. No porque yo tenga algo de la bruta de Llanto de perro o de la mujer del milico de La muchacha de los libros usados, por ejemplo. Pero sí hay una esencia que toca a uno, quizás por el momento particular que está viviendo. Las obras llegan y son instancias para trabajar en lo más humano, en la creatividad.
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Has dirigido dos obras que tienen puestas que las anteceden. Tengo entendido que tratás de no involucrarte con videos o materiales relacionados con versiones anteriores.
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Sí, exacto. El otro día recordaba, a raíz de la muerte del actor y músico Berugo Carámbula, un personaje que él hacía. Un músico que le llevaba una canción a su jefe para que se la pagara, pero el jefe le decía que era una canción que ya estaba compuesta. “Ay, es que me habré inspirado con la ventana abierta”, le contestaba Berugo. Está todo inventado. Ya está todo hecho. Hay muchos caminos inventados y descubiertos. Lo que hacemos es ponerle cada uno su color, su tinte. La interpretación. Y eso es totalmente diferenciado y personal. Con estas obras yo no quería crear con la ventana abierta. Fue leerlas, ver a los actores y las imágenes que me venían seguramente de lo que uno le pone de su propia vida. A veces, cuando das un consejo al otro, no le sirve porque estás hablando de tu experiencia. Eso pasa también en la dirección, uno ve desde su lugar. Si bien hay una ética del texto a seguir y respetar, está la visión personal y por eso no quería impregnarme de nada.
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Tu salto a la dirección se produce también con cierta timidez, en compañía (nos referimos a Algo de ruido hace, co-dirigida por Natasha Driban). ¿Eso fue una precaución, un paso previo elegido, estudiado?
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Se dio que las dos estábamos con ganas de dirigir. Fue en la misma época en que yo empecé con Paraná porá. Natasha arrimó un texto que le traía mucho de ella. Conocía los textos de Romina Paula. Yo no y me los acercó. Trabajamos en su espacio, el de Eliana Molinelli, que fue donde se estrenó la obra. A los actores los conocía más yo, por haber trabajado con ellos. Fue muy enriquecedor el trabajo conjunto y una piedra fundante en este camino.
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¿El texto de Paraná porá te lo sugiere Juan Parodi?
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Sí. A Juan Parodi lo conozco en el Festival de Rafaela. Después vino a dar un taller acá, de actuación en cámara. Trabamos una amistad muy linda. Yo buscaba material para dirigir y él, que conoce a Maruja (Bustamente, la autora), me dice “te va a encantar lo que escribe”. Me recalcaba que a pesar de ser porteña no se limitaba a escribir sobre su lugar, sino que lo hacía desde un plano más regional. Leí varios textos, pero me enamoré de Paraná porá y ahí aparecieron las actrices.
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¿Con ellas habías trabajado como compañeras en algún elenco?
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No. Las había visto. Con Laura Masuti habíamos compartido los primeros ensayos de Villa dolorosa con El Enko, aunque después ese elenco no quedó. Y a Vanina la conocía como colega.
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¿Tuviste que interiorizarte sobre la cultura litoraleña? ¿Tenías referencias?
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Empezamos las tres a investigar desde todos los planos. Nos metimos en ese mundo. A mí desde la puesta me llama mucho el tema de lo sonoro, la musicalidad. Empezar a buscar música, sonidos, qué vibraciones me remitían a ese paisaje, para después plasmarlos desde otra visión.
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¿El texto original sugiere temas musicales?
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Está sugerido el chamamé Anahí y una chamarrita, aunque no se dice cual. Escuchamos muchas chamarritas, pero estaba el tema Regresa, que ya me venía sonando hace rato y que dio perfecto para el momento y el personaje que interpreta Laura. Y también está el Chango Spasiuk, que es como mi chamán de la música.
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Con Paraná porá se podría haber caído en la tentación del panfleto feminista, y uno de los grandes méritos del espectáculo es justamente haber eludido eso.
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Tanto esta obra como Algo de ruido… son textos de mujeres. Es un detalle. Un detalle importante, pero un detalle. Yo sentí que debía trabajar desde la humanidad del ser y si bien podría haber caído en un panfleto feminista, como decís vos, y decir “aquí estamos nosotras”, lo sentí desde un plano más abarcativo. Si el mundo femenino existe y se llama así es porque hay un mundo masculino y creo que todo lo complementa. Obviamente, la mirada está desde un lado de mujer, con todas las letras, pero no hacía falta subrayar. Las cosas se dan de una manera simple, desde la visión hasta la recepción de esos personajes y lo que están contando. Pero antes de lo femenino está la humanidad, esa sensibilidad que puede recaer en cualquiera.
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¿Cómo fundamentó el jurado la elección de Paraná porá?
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Destacó que era una dirección sensible. Y la visión del texto, las actuaciones y la sincronicidad y armonía de todos los lenguajes puestos en escena. Uno de los jurados porteños, Santiago Loza, conocía la puesta de Maruja y le gustaba mucho. Pero dijo que esta era distinta y a la vez hablaba con la misma esencia.
Desde su llegada a Mendoza, en 2007, Valeria ha participado de numerosas puestas como actriz, aunque también ha ocupado los roles de asistente de dirección, productora, vestuarista y operadora técnica. Algunos de los títulos que la han tenido como intérprete son La boda, Buki el perro trozkista, Puente roto, La muchacha de los libros usados, Llanto de perro, La piojera, Villa dolorosa, Tus excesos y mi corazón atrapado en la noche, el cortodrama La gata en celo, entre otros. Muchos de ellos, dirigidos por Juan Comotti, conductor del grupo El Enko.
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Con dos obras montadas, desde afuera no se puede hablar aún de un estilo Portillo. Pero desde adentro vos podés decirnos qué comparten esas obras.
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Buena pregunta. Cuando uno trabaja se pone una lucesita como esa de los mineros y le da para adelante. Recién después se pone a reflexionar sobre ciertas cosas. Creo que ambas tienen que ver con el vacío del ser, sus angustias. En las dos hay un dolor que trasciende todo y también una especie de resiliencia. En un lado, desde un plano más humano, más de emergente femenino. Esa cosa de la naturaleza de la mujer, de la madre, eso de que la vida tiende a la vida siempre, aunque tengas la muerte enfrente. Y en el otro caso desde un plano más enfermito, tal vez… A veces, las patologías aparecen como defensas de ciertas cosas que se tocan o te tocan en la vida. Esos seres de Algo de ruido… tal vez encuentran allí una forma de sobrevivencia frente a una realidad con la que no pueden. Tienen en común eso, la trascendencia más allá de lo que ocurra, el seguir…
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En las dos puestas trabajás con Carlos Croci en la iluminación. ¿Le dedicás una especial atención al tema lumínico?
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Yo le digo a Carlos el MacGyver mendocino, lleva todo en la mochila. Tenemos muy buena comunicación y estoy agradecida por cómo capta y resuelve lo que va saliendo. Sobre todo en Paraná porá donde tuvo que seguirme porque necesitábamos crear un clima, un espacio surrealista que no estaba ahí presente. En Algo de ruido… el espacio es más concreto, una casa, y van pasando los distintos momentos del día. Ahí pudo ser más libre en su creación y aplicar todas sus ideas.
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¿Mientras dirigís notás que retomás cosas de alguien que te dirigió a vos?
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Seguramente. Yo siento que soy la construcción de todos esos maestros que he tenido y ojalá que las cosas salgan bien porque si no los dejo mal parados a todos.
Antes de dedicarse de lleno al teatro, Valeria pasó por la UBA pensando en ser psicóloga. Luego viró hacia Letras. Pero, estaba escrito eso del escenario y aquello que era un hobby derivó en profesión. Con todo el apoyo familiar, afortunadamente. Aunque en su familia, justamente, no hay antecedentes estrictamente teatrales. Aquella abuela paterna, andaluza y espectadora fanática del teatro, hizo su incursión como cantaora, antes de la Guerra Civil Española. Y su abuela materna, siendo niña participó como extra en varias películas argentinas. ¿La vinculación? Su madre, es decir la bisabuela de Valeria, era cocinera en los míticos estudios Lumiton, en Munro. Bueno, sea como sea, no dejan de ser antecedentes artísticos familiares.
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¿Cómo ha sido tu formación?
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Mi primer director fue Guillermo Flores, en Buenos Aires, en el Rojas, que fue donde yo me formé. Amo al Rojas, es mi escuela. Estaba en un elenco, trabajaba mucho. Pero llegó un momento en que me saturó Buenos Aires. Mi familia se había ido a vivir a Tierra del Fuego y yo los seguí. Corté con la locura de la Capital. Allá formé parte del Teatro Experimental Fueguino, dirigido por Mónica Sandali Noé. Después sentí la necesidad de tener una formación académica, que no fuera en Buenos Aires, y Flores me recomendó Mendoza o Tucumán. Yo ya lo conocía a Juan Comotti, que había viajado al Sur, y me vine acá para hacer la licenciatura y el profesorado en la Universidad. El mismo año que llegué empezamos a buscar sala con Juan, después se sumaron los chicos…
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¿Qué impresión te causó el panorama teatral mendocino cuando llegaste?
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Me gustó muchísimo la movida. Venía de seis años en Tierra del Fuego, donde había muy poquito. Pero llegué justo en una época donde habían cerrado salas. Vi que era difícil conseguirlas. Entré en la lucha por los teatros que se cerraban, me gustó que todos colaboraban con todos.
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¿Y ahora?
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Acá tenemos grandes referentes, grandes pilares a los que les debemos todo, la lucha durante el Proceso, los que se quedaron, los que se tuvieron que ir, los que no están… Es como esa deuda que se tiene con los padres, que no se puede pagar porque te dieron la vida. Con estos grandes maestros pasa lo mismo, no podemos pagarles este camino que nos han dejado, pero sí honrarlos con el trabajo y la dignidad. Pero en estos últimos tiempos veo que hay una generación que dice sí, están esos maestros, y lo agradecen, pero también podemos abrir otros lugares, desde la actuación, la dirección, la dramaturgia. Con humildad y sin la petulancia de decir “acá estamos nosotros”. Siento que hay una fuerza más joven, que abre ese espacio.
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¿Qué buscás cuándo vas a ver teatro mendocino?
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Me gusta sentir que no están actuando. No ver al compañero, ver al personaje. Y siempre valoro y rescato el trabajo, porque siempre hay un tiempo de ensayo, de decisiones y cosas que se dejan atrás para seguir con el teatro adelante. Trato de tener esa visión para ser justa y poder disfrutar de lo que veo.
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¿Cuándo te pasó eso por última vez?
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Cuando vi Las brutas, de Juan Comotti. Cuando vi Mi humo al sol, de Manuel García Migani… Cuando veo la sensibilidad y me dejo llevar por la propuesta, el grupo, el director. Cuando estoy en un mundo, me olvido de todo y me siento parte de él.
Fotos: Valeria Portillo (arriba), en La gata en celo (al centro) y su puesta de Paraná Porá (abajo).
Entrevista publicada en este sitio el 29 de noviembre de 2015.