Vargas-Troncoso: ¡ésas son alianzas!

26.09.2017 22:44

Por Fausto J. Alfonso

 

La pericia dramatúrgica de Arístides Vargas permitió torcerle la vista a ese misterioso, prolífico y (des) conocido autor que la historia de la literatura bautizó como Anónimo. El creador de Donde el viento hace buñuelos -entre otros placeres mágicos- calzó de la nuca a Don Anónimo y lo obligó a hacer foco en la Latinoamérica contemporánea, tierra heredera de las desdichas de aquel Lazarillo de Tormes del XVI. El resultado, De cómo moría y resucitaba Lázaro el lazarillo, colma de pureza el escenario mientras se sacude una retahíla de miserias y miserables. Guillermo Troncoso, solo contra todos, realiza una labor encomiable, con cuotas de fina sensibilidad.

Todas las luces de sala prendidas. Sobre el escenario, no hay vida humana a la vista. Un tapete y un buen surtido de latas de formatos y tamaños diversos son suficientes para crear un universo completo. Ése es el primer acierto del espectáculo. Créase o sí, esa simple puerta de entrada garantiza el interés del espectador. Un interés que no desbarrancará nunca. Porque ahí nomás, Troncoso, infiltrado como Lázaro entre el público, montará y demolerá la cuarta pared a su antojo, tantas veces como crea conveniente, confirmando su habilidad para reinstalar sobre el escenario climas intimistas, luego de momentos humorísticos y de gran extroversión vividos debajo de aquél.

Pero más allá de ese juego de ficciones con el arriba y el abajo, sin dudas motivador de la improvisación, el actor, ya en lo sustancial del asunto, se las verá con múltiples personajes: Lázaro, su madre y sus sucesivos amos. Algún simple accesorio bastará para su transformación, al tiempo que echará mano a recursos del clown, los malabares, los títeres o el canto, para terminar por delinear las criaturas. Y, por supuesto, al Texto, así con mayúsculas, pródigo en imágenes que confirman el acierto de aquel minimalismo escenográfico. Paisajes, situaciones, objetos y personas se materializan frente al espectador con los dichos del actor, espesos, divertidos y fantásticos, como nos tiene acostumbrados Vargas. Sacándole el jugo a lo popular en sus aspectos más auténticos y menos demagógicos.

La brutalidad de la sangre (de la propia sangre), la brutalidad no menor de la calle; el desamparo, el engaño y el abuso adquieren un perfil estilizado, muy poético, jamás inocente y lejísimo de cualquier burda bajada de línea. Todo es arte para (y en) este Lazarillo de hoy, que no le queda otra que jugar a vivir, aun cuando las crueldades le pisen todo el tiempo los talones y a veces toda su humanidad.

Con todas las reglas en su contra y sus propias muertes a sus espaldas, Lázaro, ya grande, nos cuenta cómo llegó hasta acá. Un hasta acá que puede ser Matamandingas (como en el texto original), Peatonal y San Martín o cualquier rincón de la siempre trizada América Latina. Nos hace reír, nos regala momentos conmovedores (que no conviene revelar aquí) y nos advierte, fundamentalmente, sobre el precio sin precio de la libertad.

En De cómo… todos los rubros técnicos y artísticos (ver ficha) conviven bella y armoniosamente. Contrariamente a lo que ve Lázaro en su trajinar, aquí nadie se come a nadie. Y el espectador, por su parte, se va satisfecho de que le hablen del poder y de su parva de connotaciones negativas, sin sentirse direccionado ni invadido en la cuota de inteligencia que le tocó en suerte.

 

Ficha:

De cómo moría y resucitaba Lázaro, el lazarillo. Autor y director: Arístides Vargas. Intérprete: Guillermo Troncoso. Dirección actoral: Charo Francés. Música original: Joaquín Guevara. Escenografía y utilería: Rodolfo Carmona. Diseño y realización de títere: Gabriela Céspedes. Vestuario de títere: Susana Rivarola. Fotografía: Jonathan Sayago. Escenotecnia: Dino Cortés. Diseño de luces: A. Vargas. Iluminación: Claudina Gomensoro. Asistencia de dirección: Mirta Rodríguez. Prensa y comunicación: Lengua Original Comunicación. Sala: Teatro Independencia. Función del 23/09/17.