Ver Favio... leer Favio
Por Fausto J. Alfono
Hay que ver el cine de Leonardo Favio (28 de mayo de 1938 - 5 de noviembre de 2012). No porque el director en cuestión sea mendocino. Hay que verlo porque está bueno.
Por más de cinco décadas, el creador de Gatica, el mono se dedicó a interpretar y generar cultura a partir de un estilo personalísimo. Incursionó en el mundo del teatro, de la radio, y en la fusión de ambos: el radioteatro. Pero fueron el cine y la música las disciplinas desde las que proyectó una trayectoria que ostenta el envidiable privilegio de haber sido y ser elogiada tanto por el pueblo en general como por sus colegas en particular, tanto por los cabecitas negras como por los círculos de intelectuales y académicos.
El cine lo ha tenido como actor, guionista, productor y director. La música como autor, compositor e intérprete. En ambas artes logró consolidar un modo poético que esquiva los encasillamientos y que refleja una sensibilidad genuina, atenta a las pequeñas cosas, a lo cotidiano, pero también a lo mítico y lo grandilocuente. Como cantante, incluso, logró dotar de una nueva personalidad a temas ajenos que ya conllevaban la fuerte impronta de quienes los crearon/popularizaron, como los casos de La bohemia (Jacques Pante/Charles Aznavour) o Tema de Pototo (Luis Alberto Spinetta/Edelmiro Molinari).
En toda su obra sobrevuela su esencia de mendocino, la vinculación permanente con su origen, algo que ni las extensas giras o su establecimiento fuera de la provincia han logrado menguar. Llevó una vida inquieta, llena de peripecias, sazonada de obstáculos y de éxitos desbordantes, ingredientes que de algún modo también influyeron y configuraron su obra artística.
Reconocido a nivel local, nacional e internacional, este ser sencillo y pasional nunca sacrificó su poesía a expensas de su ideología. Una de las frases que se le atribuyen recurrentemente es la siguiente: “No soy un director peronista, pero soy un peronista que hago cine y eso en algún momento se nota. En ningún momento yo planifico bajar línea a través de mi arte, porque tengo miedo de que se me escape la poesía”.
Por eso hay que ver el cine de Leonardo Favio. Y también leer acerca de ese cine. Muchos libros se han escrito sobre su obra. Hay uno, fatto in Mendoza, que merece ser tenido en cuenta. Como el cine de Favio, no por ser mendocino. Sino porque está bueno.
Se trata de un libro necesario para saldar una deuda (local) y para rendir un homenaje (local): Leonardo Favio: cine argentino de antihéroes, de Marcela Raggio. Este libro ha nacido donde debe, con precisión geográfica, con la brújula aceitada. O, a riesgo de ser snob, con el gps atento. Ha nacido en la tierra del Aniceto y la Francisca. También de la Lucía, claro está.
Entonces, hay que hablar de ese nuevo libro y de su autora. ¿Pero cómo hablar del libro mismo sin tentarse a hablar, simplemente, de Leonardo Favio? Aunque, de aquí en más, ¿cómo hablar de Favio sin referirse al libro en cuestión? Dos preguntas, o quizás una.
La imprenta alumbró una simbiosis de autoría. Una ida y vuelta que va del autor a la autora y de la autora al autor. ¿Cabe alguna duda acerca de la categoría de autor de Favio? De autor, entre comillas, atendiendo a los orígenes de la expresión, cuando solamente se circunscribía al mundo del cine, y no al del vino, la cocina, los zapatos, las sillas y hasta el turismo, entre muchas otras cosas que hoy también son de autor.
Leonardo Favio, autor, es el hombre que se propuso crear un universo personal, sin dudas único, casi íntegramente con material de desecho. Un artista que ha asumido el riesgo de hacer todo aquello que estilísticamente no hay que hacer. Al menos según los mandatos de la tradición y según los prejuicios que se tengan respecto de qué es cine y qué no.
Porque el cine de Favio, hay que decirlo (muletilla propia del periodista contemporáneo), es un manantial de cursilería y grandilocuencia. Una usina de sobreactuación. Una fábrica de tarjetas postales de colores imposibles. Una arquitectura de la vulgaridad. Un culto a la impostación. Es gente gritando más de la cuenta o usando más diminutivos que los necesarios. Es una fauna donde cabe un diablo con poncho, un golpeador golpeado, un tipo con ruleros… Gente rara cuyos diálogos han sido ganados por la sensiblería más básica. En el cine de Favio se nota la luna dibujada por falta de presupuesto. ¿Por falta de presupuesto? En síntesis, su cine es un cine ñoño, tan pequeño y marginal como el enano Polvorita en Soñar, soñar. Sólo un libro de anti-estilo se podría escribir partiendo de semejante artista y semejante obra.
Pero claro, hay que orquestar todo ese material de desecho en una sola obra y no caer en el ridículo. He aquí la excepción: cuando nos detenemos en el director de orquesta. Sólo Favio puede hacer que cada una de esas perlas negras cuadren en el hilván de la nobleza con las que están miradas y manipuladas. Hay un corazón puesto en cada engarce y una sinceridad que es propiedad exclusiva de los buenos poetas: los que tienen el don de convertir los desechos en lingotes de creatividad y talento.
Entonces, a la hora de dirigir, Leonardo Favio consigue, de cada una de sus obras y no de una sola (como marca la filmografía oficial), una verdadera “sinfonía de un sentimiento”, en donde toda la falsedad de la ficción y toda la autenticidad de la realidad se entremezclan sin disimulo para confirmar una autoría imposible de plagiar. Dicho de otro modo: cualquiera que intentase hacer lo que Favio hace se embarcaría inexorablemente en un viaje sin retorno.
Esa virtuosa ñoñería, ya insinuada por el cineasta en su corto El amigo y desplegada en múltiples variantes a lo largo de toda su filmografía, ha actuado –evidentemente- como un verdadero cimbronazo en el alma académica de la doctora Marcela Raggio. Quien no ha dudado en involucrarse desde todas las perspectivas posibles para analizar con el rigor de sus probados conocimientos y la sensibilidad de un espectador nunca pasivo, una obra atípica, fuera de lo común, producto de un antihéroe también atípico, ya que se opone a las fuerzas contrarias (en este caso, todo lo que sí debe hacerse en el cine), pero nunca cae, como el antihéroe prototípico.
La sola lectura del Capítulo 3: la película de Perón, justifica la aparición de este volumen fruto del co-esfuerzo de Giróscopo, la cátedra libre María Luisa Bemberg y Editorial Jagüel. Se trata de un capítulo donde Raggio pone a full toda su maquinaria erudita para la disección de una obra de arte superadora con creces de vocablos restrictivos como documental y propaganda. Leer atentamente ese capítulo ayuda a entender no sólo al Favio artista sino al Favio ciudadano, con su visión de cuando “la argentina peronista era feliz”.
Y permítaseme aquí hacer una comparación. Del mismo modo en que Favio decía que era un peronista que hacía cine y no un director de cine peronista, en este libro Marcela se insinúa como una académica que hace libros, pero no como una escritora académica.
En su trabajo despunta la seriedad que debiera tener todo escrito académico, con sus argumentaciones acordes. Pero carece de toda pose ostentatoria, de cualquier ademán de superioridad de esos a los que, habitualmente, se echan mano para enmascarar las debilidades propias del análisis llevado adelante.
En su libro no hay pedantería. Petulancia cero. No se regodea en su sapiencia, pero jamás baja el nivel. Hay un compromiso con el tema llevado hasta las últimas consecuencias. Y un compromiso con un autodidacta (ese gran imaginador que es Favio) con el que entabla un diálogo –a través de su obra- de igual a igual. El resultado de ese diálogo es un efecto literario conciliador de dos mundos que se enriquecen y se potencian. El mundo de la creación y el de la interpretación. El del autor y el de la autora.
Raggio trabaja la obra de Favio partiendo de una línea que traza desde el imaginario para transitar luego por el impacto psicológico, las resonancias y las ideas. No se deja engañar por la autonomía de la estética ni por la pesada carga ideológica que arrastra el Favio persona. Separa las cosas para estudiarlas y las vuelve a fusionar, emulando la tarea propia de un montajista. Extiende con humildad sus conocimientos de cinéfila aventajada para que el resto se anime a vivir esa experiencia sensorial/intelectual que es ver un film.
Bucea profundamente en aspectos genéricos, semánticos y simbólicos. Atiende tanto a la dimensión mítica de los personajes como a la objetividad y subjetividad de la cámara. Abunda en las instancias de recuperación que Favio hace de las formas artísticas populares. Se pone a analizar los deícticos, el modo distancia-afección, los efectos de la narración oral, el programa de ideas del director, las huellas de la imaginería cristiana, etcétera, etcétera.
Sus lecturas sobre films como El romance del Aniceto y la Francisca… o Soñar, soñar resultan tan originales como lúcidas. Su visión panorámica de la obra integral es nítida y, a la hora de particularizar, es precisa como un plano detalle.
Leonardo Favio: cine argentino de antihéroes es un libro liberador. Quienes nos sentimos atraídos por la obra faviana hemos cargado por años con la deuda de no haber registrado por escrito (más allá de alguna pieza periodística menor) el accionar creativo de este hombre. Me refiero a quienes compartimos su provincia de origen.
Es cierto que existe un puñado de textos que analizan su obra, pero esa bibliografía hubiese estado incompleta sin este nuevo aporte surgido desde la mismísima Mendoza y presentado en el Museo Municipal de Arte Moderno (en el marco del ciclo Martes literarios) a sólo tres días del cumpleaños 73 de Favio. Todo un homenaje. Claro que la condición de mendocino no le alcanza a un libro para apuntalar su contenido y de allí los argumentos antes desplegados.
En síntesis, Leonardo Favio: cine argentino de antihéroes ha llegado para echar luz. Toma partido por el resplandeciente campo por donde cabalga Moreira y se distancia de esas oscuras casonas desde las que se pretendía corromper al gaucho.
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