Verónica Valenti: paisajes en gestación
Por Fausto J. Alfonso
No nos engañemos. El azar, en su aparente displicencia, hace sus propios cálculos. Y, sin querer, puede terminar bautizando una obra de arte con el título que se merece. O con tantos títulos como se merezca. El capricho de un espectador puede dar con la quintaesencia de lo creado. Puede hacer detonar el significado, la clave de la inspiración. La misma clave que el propio artista extravió al guardarla inconscientemente bajo siete llaves y amurallarla vaya a saber uno con qué celosas y/o pudorosas intenciones.
Verónica Valenti (VV), generosa al fin, nos convida con un Paseo Visual & Sonoro por su estudio del barrio Santa Ángela, en Godoy Cruz, y abre el juego. En la galería de arte que construyó en el primer piso de la parte trasera de su casa, nos espera una serie de pinturas que buscan ser bautizadas según el dictamen del tándem ojo-sentimiento de cada uno de nosotros. El desafío se ofrece como el plato central de un circuito cuyos aperitivos de lujo no le van a la zaga. De hecho, incluso antes de llegar al lugar, sobre la plazoleta que lo enfrenta -La Amistad- dos grandes esculturas en madera de Federico Arcidiácono preanuncian un tiempo de goce para los cinco sentidos.
Porque de eso va el asunto. De entregarse por completo, con la vista a la vanguardia. VV lo ha previsto todo para evitar condicionamientos y garantizar paz. Esto último, que reverbera -plástica y sonoramente- grandilocuente o pretencioso, no lo es para nada. Un portón entreabierto nos invita a filtrarnos en un jardín. Una cortina/instalación, ideada a fuerza de corbatas, nos acaricia al pasar, como garantizando el buen trato. Otros pocos pasos y… unas copas de vino para ir meciendo y degustando durante el paseo. ¡Ah! Y un par de instrucciones por escrito. No hay margen para el error. El disfrute está asegurado. Como también un toque de intimismo y, depende de la compañía, un plus de romanticismo que el sol otoñal se encargará de patinar y potenciar.
Como testimoniando el momento a vivir, sendas esculturas de Pata Luján Williams, Leandro Pintos, Sergio Hocevar y Gabriel Fernández se yerguen en el jardín ¿Más aperitivos? No. Todos platos fuertes. Un poco más allá, siempre en planta baja, los dos talleres de VV y en uno de ellos un lienzo enorme, sobre el que se precipitarán las nuevas experimentaciones, no exentas del accionar de trapos de piso, secadores y plantas, algunas de las herramientas de las que se vale la pintora.
Ya en las alturas, nos encontramos con la colección creada desde 2019 a la fecha. Pinturas de tamaño variable, hechas con acrílicos y esmaltes sintéticos, sobre mdf. El espacio es acogedor. No retacea calidez. El vino se reúne con las aceitunas y el abstemio se alegra cuando ve el café que lo espera. Mientras, las cuatro paredes desesperan por los post it que la gente pegará con los nombres que les sugieren las obras.
La experiencia no es solo para el que escribe, sino también para el que lee. Que no deja de asombrarse cómo, un mismo paisaje, puede derivar en títulos como: Rosa el mar, Invasión del sol, Laponia, Epifanía, Lluvia de oro, Calmo amanecer en un terreno de flores rosas, Se nos va la vida, Amor y amarillo, Álamos en otoño, La birra y el vino. Títulos parcos como Oro o, más argumentativos, como La aurora boreal sobre el faro de Comodoro Rivadavia. Así es el arte y la gente. Tan simple como complejo.
El caso es que los paisajes que expone VV conforman una geografía inquietante, ambigua. De allí que muchos de ellos, al estar a mitad de camino entre la figuración y lo abstracto, también lo estén entre la placidez que transmiten los colores y las grandes extensiones y lo amenazante de un elemento discordante o perturbador, que en el fondo quizás sea inocente. En algunos de ellos, algo de nostalgia se filtra a través de la luz y en otros la vitalidad estalla, ya sea en un par de pajarillos rojos, estridentes, siluetas ágiles que se insinúan, manchones de luz que pueden o no ser soles, o la interacción de un niño con una naturaleza salvaje.
Lo importante es que el derrame de los materiales y, una vez más, el azar, convierte a estos “momentos” en paisajes en gestación. Postales que no se definen, donde el cielo pareciera ir mutando en mar -y no solo por la presencia de peces-, y el espacio lúdico se va oxidando hasta convertirse en una amenaza. Como si se tiñesen y destiñesen entre sí, a la vista del espectador, condicionándolo a una mirada más severa, o al menos más atenta. Se advierte cierta nostalgia por el terruño, pero también avidez por una nueva geografía, que nace al amparo de un estallido rojo o amarillo.
Pero, a propósito. ¿Qué fue de lo sonoro? ¿De aquello que también prometía el paseo? En el centro de la galería, penden unas campanas tubulares listas para ser ejecutadas por el visitante. Su acompañante puede asentar la cabeza en un almohadón, cerrar los ojos e ir hacia donde le plazca. O tildarse. Luego, es casi obligado invertir roles. Lo de garantizar paz no era gratuito y éste no es un momento más en el recorrido. Es auto inmersivo, introspectivo.
Un detalle a no pasar por alto: sobre una mesita descansa una generosa pila de reproducciones fotográficas de los trabajos anteriores de VV. No hay que saltearla. Un muestrario imperdible con temas y motivos diversos, incluidos retratos y uno que otro torso desnudo. Uno de éstos seguramente llamará la atención por la prominencia particular de sus senos, muy similares en su concepción volumétrica a los de la imponente escultura de Gabriel Fernández que nos recibe al llegar a la muestra. El visitante atento no tardará en hacer la asociación. VV pasó por el taller de GF durante un año y le encantó hacerlo. Quizás esto sea una pista, si es que hay que buscarla.
En distintas entrevistas, VV vuelve sobre una experiencia que tuvo de niña/adolescente: su paso por Hong Kong. Un sitio multiestimulante que la impregnó sensorialmente y que de algún modo explica el encare que le da a sus muestras. La artista apuesta a materiales de trabajo no convencionales y tiene en la naturaleza su inagotable fuente de inspiración. Para despabilar ideas, quizás le baste con pasear por su cuidado jardín, lleno de detalles y donde reinan un brachichito y un gingko biloba, la única especie que sobrevivió en Hiroshima. Ideas despabiladas que más tarde volcará sobre un soporte, aunque en un recorrido creativo de última parada incierta. Pero seguramente sus paisajes deben ir mucho más allá, siguiendo esa concepción de metamorfosis e indefinición que promueven sus pinturas. Donde los horizontes son tan lejanos como cercanos y los arribas y abajos intercambiables con solo variar el foco o revertir el cuadro.
A la hora de marcharse, un control remoto espera en una maceta. El visitante lo acciona para abrir el portón. Y se va con los cinco sentidos satisfechos. Tranquilo. Feliz. Con ganas de recomendar.
Paseo Visual & Sonoro. Artista: Verónica Valenti. IG veronicavalenti00 Consultas para visitas: +54 9 261 4187039